“¡Se iba a armar un desmadre! ¿Te imaginas?: María Félix pierde la ciudadanía mexicana, así a ocho columnas; así, con certeza de despojo en las estaciones de radio; así en la televisión a grito abierto. No. No podía yo permitirlo”.
Prosigue el embajador y diputado Heriberto Galindo Quiñones con la ensayada vehemencia de sus muchos años junto a don Jesús Reyes Heroles.
“Mira, yo no era amigo de María. Nunca hablé con ella ni la conocía. La había visto un par de veces, en el restaurant Fouquet’s y en una exposición del pintor (Antonie) Tzapoff, en la Galería de Lourdes Chumacero, pero políticamente la Cámara, de la cual yo era presidente en esos días, no podía convertirse en verdugo de nadie, y menos de ella, tan importante, tan legendaria.
“¿Cómo íbamos a salir con el tiquis miquis de un permiso olvidado para portar una condecoración de los franceses y con ese motivo le íbamos a decir a la mexicana más famosa del mundo, señora, usted ya no es mexicana, la hemos privado de su ciudadanía y luego hasta de su nacionalidad, como algunos decían?”
–¿Y entonces?
“Pues urdí un plan muy travieso. ¡Y funcionó!”
Con una cierta fruición, junto a una mesa en el ventanal tras cuyos visillos se mira la embajada de Estados Unidos, Galindo le mete un fiero mordisco a un sándwich de roast beef, pero más disfruta la tarascada a sus recuerdos.
“Hablé con amigos abogados, con especialistas. Yo quería saber el impacto en México y en Francia de un asunto de estos. Había, cosa extraña, un ambiente desfavorable en los medios. Hasta sus amigos en la TV pedían todo el peso de la ley. Me acuerdo también de las declaraciones de Ignacio Burgoa y del abogado Moreno Collado: ‘todo el peso de la ley’, pedían.
“Después, cuando ya en la sesión de la Cámara de Diputados se quería encender la hoguera para María Félix y retirarle la ciudadanía, pensé cómo maniobrar; pero el tiempo se terminaba. Cuando llegué para preparar la sesión de ese día, los tres vicepresidentes, uno por cada partido, me pusieron por delante lo de María. El más rudo era Cruz Malpica del PRD.
María Félix, recibiendo la condecoración de la Orden de la Legión de Honor en el Grado de Caballero. Foto. Cuartoscuro/Archivo
“¿María, cuál María?, les dije.
“María Félix, Heriberto, me dijo uno de ellos quien sabe por cuáles razones empeñado en convertir a la Félix en una indocumentada, pues si le retiras la ciudadanía después hasta le quitas el pasaporte y hasta la credencial de elector. Claro, ella nos iba mandar pero muy lejos.
“¡Ah!, María Félix, tan linda en Río escondido, ¿verdad?, les dije para ganar tiempo. ¿Qué le pasó? ¿Se murió o qué?
“No, Heriberto, no te hagas como si no supieras. Le dieron una condecoración francesa, sin recato y sin permiso de México, está violando la ley.
“¡Ah! Yo pensé en algo importante, compañero. Vamos dejando eso para asuntos generales, hombre, hay cosas más urgentes.
“Mentira, no había nada de nada. Inventé una agenda.
“La costumbre esa de las condecoraciones y los permisos, la cual por cierto deberíamos abolir, es un arcaísmo de la segunda Guerra Mundial cuando los alemanes soltaban ‘corcholatazos’ a diestra y siniestra a los riquillos mexicanos simpatizantes con el fascismo. El presidente Manuel Ávila Camacho promulgo aquella reforma para detener las condecoraciones nazis y fascistas que abundaban en aquella época.
“Hoy ciertamente esa disposición legal ya no se justifica y debe ser retirada. Es la misma por la cual pusieron hace poco a Genaro García Luna contra la pared; pero bueno, eso no tiene relación con esta historia.
“El caso –prosigue— es que busqué consejo, inicié la sesión y me fui a la oficina con pretexto urinario. Ya se empezaban a usar los celulares. Le hablé rápidamente a Jorge Carpizo a Francia y por suerte lo atrapé temprano. Le dije toda la historia y resulta que sí, que él era amigo de María y había promovido ante el gobierno de Francia la condecoración y se interesó en el asunto por la omisión del permiso.
“Con las ideas de Carpizo redacté telefónicamente una carta de disculpa, reconocimiento de la falta y permiso extemporáneo que la señora nos debía firmar y enviar por fax en menos de una hora y media.
“Yo había calculado cerrar la sesión a la una. Eran las once y media, hora de México, y como toda diva, María no estaría disponible para éste ni para ningún otro asunto celestial o mundano, hasta pasada la media tarde o más.
“Pero aun así seguimos. Carpizo dictó la carta: “La suscrita, María de los Ángeles Félix Güereña, en ejercicio de mi propio derecho, solicito de esa soberanía el permiso para aceptar y portar la condecoración de la Orden de la Legión de Honor que en grado de Caballero ha tenido a bien otorgarme el gobierno de la República Francesa, no sin antes reconocer la falta de haberla admitido sin haber iniciado este trámite y por tanto sin conocimiento de ese órgano legislativo, en contravención de un mandato hasta ahora desconocido para mí, falta por la cual, pido perdón…”
“Carpizo mandó un mensajero en París a la casa de María. Previamente se había cansado de telefonear. Nadie respondía. A las mil, una señorita del servicio se puso al teléfono y se lo pasó a la Doña. Dramáticamente el embajador le planteó el negrismo panorama de mujer sin patria.
“Cosa terrible, Jorge, firmo lo que sea, pido perdón de lo que sea, hasta de mis otros pecados… decía la Doña al teléfono.
“Enterada del asunto se dispuso a firmar la carta, por la cual entre otras cosas nos enteramos con detalle del año de su nacimiento (1913), hace casi cien años en Alamos, Sonora.
“Firmado el papel ya solo faltaba enviarlo a México. La sesión avanzaba, el tiempo se acababa. Yo hacía el reloj de hule. Un asunto simple lo enredaba, pedía antecedentes.
“Los vicepresidentes me insistían, ¿qué pasó con lo de María? Mientras me atosigaban con pasar a los asuntos generales, la puerta se abrió, al fondo del salón veo a mi secretario con un brazo en alto. Llevaba un papel y lo agitaba mientras corría hacia la presidencia. Subió a trompicones y se lo entregó al secretario:
“Se ha recibido un mensaje, señor presidente. Una carta del punto contenido en los asuntos generales. Era la una con treinta y un minutos. El plan había funcionado con un minuto de retraso.
“Esta presidencia, dije con voz debidamente engolada, solicita a la secretaría la lectura de la carta recibida. Proceda usted, señor secretario…
“Eres un hijo de la… me dijo al oído el diputado Malpica.
“¡Más respeto!, soy el presidente de la Cámara, le dije mientras miraba como la pelota se salía del parque, como decimos en Sinaloa. Jonrón con las bases llenas:
“Lo demás fue un trámite. Fue necesario, entre otras cosas-, movilizar a un embajador, ex secretario de Gobernación y ex rector de la UNAM, además de otros altos cargos; aprovechar los primeros pasos de la telefonía celular; ensayar la diplomacia parlamentaria en tiempos de apremio con señales cruzadas a través del Atlántico; de la Gare Saint Lázare hasta San Lázaro, para que María Félix siguiera siendo mexicana.
Heriberto Galindo. Foto. Cuartoscuro
–¿Y la viste después?
–No, nunca.
Pero esa maniobra hizo posible este impecable discurso de la Félix, tan ella, tan María al formalizarse la condecoración con todas las de la ley en la embajada:
–“…Yo quiero a París y me da mucha emoción este momento, el cual tomo como una victoria… A Napoleón, el más grande de los guerreros, le admiro mucho y esta condecoración creada por él, es militar, me va bien… doy las gracias y le brindo esa medalla a mi país… esto se los dedico a ellos”.