Donald Trump ganó la competencia por la Presidencia de Estados Unidos. El candidato republicano obtuvo el respaldo que necesitaba de las comunidades de la población negra, latina y de las mujeres a quienes visiblemente insultó a lo largo de la campaña.

Además de los insultos, en los mítines dejaba poco a la imaginación y hacía promesas de campaña relacionadas mucho con la política interna y con una dureza en particular hacia la política exterior, que según las encuestas hechas en Estados Unidos, fue una de sus pocas (eso lo digo yo) virtudes: ser groseramente directo.

Trump ganó la Presidencia al obtener más de los 270 votos necesarios del Colegio Electoral, pero también perfila haber ganado el voto popular y, además, los votantes de Estados Unidos no solo le dieron el respaldo a Trump, quien en 2020 no dudó en debilitar las instituciones electorales y de justicia, sino que le otorgaron un control mayor de los republicanos en el Congreso.

Eso debería encender más de una alarma.

La alarma, no es solamente un periodo complejo para los años que vienen en la relación México y Estados Unidos. Sino un paso más hacia un gobierno con menos voces disidentes.

Creo que el foco rojo tendría que encenderse porque los votantes se encuentran satisfechos de entregar ese poder y esa diversidad aún con las amenazas nada veladas que ha hecho Trump al sistema de gobierno de Estados Unidos.

El problema radica en que las alternativas de sus opositores no han sido nada convincentes. Los demócratas han batallado con transmitir las bondades de su gobierno a la clase trabajadora de Estados Unidos que salió a votar por Donald Trump, a pesar de que insultó a prácticamente todas las minorías de su país y amenazó con ejercer la justicia para su beneficio.

Las alarmas deberían ser todavía más sonoras porque no parece ser un hecho aislado. Cada vez más países optan por gobernantes que tienden a concentrar el poder.

La filiación política no parece ser obstáculo, lo mismo hay líderes abiertamente de derecha, como en el caso de Argentina o El Salvador, como en la izquierda, con el caso de Nicolás Maduro en Venezuela.

Y el problema es que la democracia no se ve todo lo atractiva que debería. Si bien es un sistema imperfecto, no parece traer toda la satisfacción que uno esperaría a los jóvenes. En enero se publicó un estudio en el diario El País que reveló que uno de cada cuatro hombres jóvenes de entre 18 y 34 años justificaría un régimen autoritario.

Aunque en México no hay un estudio específico con la misma pregunta, el INEGI en 2020, en su Encuesta Nacional de Cultura Cívica reportó que el 49.8 por ciento de los jóvenes de entre 20 y 29 años estaba poco o nada satisfecho con la democracia.

Y aquí la duda genuina: ¿qué es lo que le hace falta a los gobiernos con contrapesos para ser atractivos?

De inicio, una propuesta es que las oposiciones deberían estar urgentemente completamente enfocadas en perfilar alternativas y soluciones a los problemas reales de la gente. Lo que se pide a gritos son resultados.

 

       @Micmoya