Sólo faltan 26 días para que Óscar Eduardo Ramírez Aguilar se convierta en el próximo gobernador de Chiapas y, a juzgar por la situación actual que está atravesando está entidad que históricamente ha padecido diversos flagelos sociales, todo indica que el comiteco tendrá seis años de muchísimo trabajo a partir del próximo 8 de diciembre. El contexto es apremiante y Eduardo no se puede dar el lujo de recargarse en eso que la mayoría llama la curva de aprendizaje.

Lo primero que se espera del próximo mandatario estatal chiapaneco es que marque distancia del gobernador saliente, Rutilio Cruz Escandón Cadenas, quien por sus omisiones, negligencias y corruptelas ya tiene asegurado un lugar en el basurero de la historia de Chiapas. Pero más allá de marcar distancia, Eduardo tiene la obligación y el compromiso con todos los chiapanecos de mandar a investigar y a auditar absolutamente todo lo que hizo (o, mejor dicho, no hizo) Rutilio, quien sale de la gubernatura convertido en todo un jeque, con cuentas bancarias millonarias y ranchos e inmuebles en Campeche, la Ciudad de México, Chiapas y Tabasco, una verdadera mentada de madre si tomamos en cuenta que le tocó gobernar una entidad que de manera permanente presenta los índices de pobreza y marginación más bajos de todo el país.

Rutilio, para quienes no lo conozcan, acabó siendo la versión real del “Varguitas” de “La Ley de Herodes” de Luis Estrada: Hizo de todo para enriquecerse groseramente a expensas de un pueblo que en su momento confió en él como la alternativa a un verdadero cambio. Y lo peor de todo fue que, tras su llegada al poder, le puso la alfombra roja a un jinete del Apocalipsis que jamás se había postrado en Chiapas: El narcotráfico. Ahora el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y el Cártel de Sinaloa se regodean en una entidad en la que jamás habían tenido presencia. Este par ahora controlan y dominan temas como el tráfico de migrantes; la logística de los estupefacientes provenientes de Sudamérica y que entran a México por la frontera sur; los desplazados por “motivos religiosos” e incluso las ejecuciones de activistas como la del padre Marcelo Pérez en San Cristóbal de las Casas. Esto explica porque desde la Secretaría de la Función Pública (SFP) ya lo están investigando con lupa.

Por su parte, Eduardo sabe que el inicio de su gestión, dadas las circunstancias, difícilmente podrá arrancar de cero. Hay déficits por todos lados y él seguramente ya tiene un diagnóstico asertivo y acertado del escenario que enfrentará apenas asuma como gobernador. La deuda histórica con Chiapas es inmensa, inconmensurable y todo esfuerzo en positivo que realice el próximo gobierno estatal impactará y sumará.

De entrada, hay que pacificar a la entidad. Urge inhibir y desarticular a la delincuencia porque Chiapas es una bomba de tiempo en el ámbito social. Pero también hay que resolver el conflicto de los desplazados, pues durante décadas este problema ha afectado a las diversas etnias chiapanecas. Del mismo modo urge detonar la economía y el turismo, hay que generar confianza tanto en los inversionistas como con los visitantes (nacionales y extranjeros). Las actividades productivas también están pausadas (la ganadería, la agricultura, la generación de fuentes de empleo, etcétera) y el progreso y el desarrollo sólo serán posibles si se les da un impulso verdadero. Y los grandes pilares sociales como lo son la educación, la salud y la seguridad igualmente requerirán de un envión desde los tres niveles de gobierno.

Definitivamente en Chiapas hay muchísimo por hacer. Pero lo primero es que se le llame a cuentas a Rutilio y, a partir de ahí, seguramente todo lo demás se le dará a Eduardo.

 

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