A la hora de escribir estas líneas, y la aclaración vale porque esa realidad puede cambiar después de entregada esta columna, el Gobierno Federal, los legisladores oficialistas, la comentocracia abiertamente oficialista y la marrulleramente oficialista han evitado manifestarse a fondo sobre el horror insuperado de lo que, sin duda, y sin caer en comparaciones con los genocidios del siglo XX, es etiquetable como un campo de exterminio: el rancho con hornos crematorios de Jalisco. Es un silencio atroz, sin importar que –está por verse– decidan romperlo tres o cuatro días después de que la historia se haya hecho pública.
Caray: en estos días, mientras veíamos esas fotos de los zapatos, hicieron un Chairo Fest en el Zócalo; hablaron exculpatoriamente sobre la grosería que le hicieron ahí a la Presidenta; decidieron, por prejuicios y sin sentido común, que en México no se puede comprar pero sí importar maíz transgénico, y promulgaron una tontería sobre la prohibición de invadir el país.
Por eso, pensar en Ayotzinapa es justo. En Teuchitlán asesinaron, por lo menos, a 200 personas, muchas de ellas pobres, antes reclutadas con trampas o para integrarse al crimen organizado o para morir en medio de horrores como no se han visto, y después destazadas y convertidas en cenizas. La pesadilla que vivieron esos chicos en Guerrero, como la que viven sus padres, no pierde nada si se compara con la del rancho Izaguirre.
Pero el horror de Jalisco sí es por lo menos equivalente al de Guerrero, y el silencio del oficialismo es, así, inaceptable. No, no hay ni pases de lista, ni manifestaciones indignadas, ni “fue el Estado”. De hecho, el silencio apenas lo rompió la FGR, a la que no podemos acusar de independiente, para aprovechar el viaje y echarle la culpa al Gobierno anterior de Jalisco, un Gobierno opositor. Que sí, tiene una responsabilidad, sobre todo porque sabemos que el rancho había sido inspeccionado y nadie descubrió lo que hemos descubierto, pero que no es, ni de lejos, el único responsable. Ahí están los abrazos, no balazos, y la Guardia Nacional como solución, y la militarización de la seguridad pública, y las gracias al narco por bien portado.
Empiezan a aparecer testimonios de otros, muchos campos de exterminio en otros estados, como Coahuila y Tamaulipas. Esto nos deja ante una perspectiva terrible: tal vez las comparaciones con los genocidios del siglo XX, los que perpetraron los gobiernos totalitarios y las revoluciones triunfantes, no sean tan descabelladas.
@juliopatan09
