Barack Obama ganó hace cuatro años la presidencia de los Estados Unidos de América gracias a una exitosa combinación de factores materiales y subjetivos, entre ellos: una inteligente campaña lanzada desde las nuevas herramientas de comunicación y difusión como las redes sociales, así como el apoyo que recibió por parte de importantes grupos sociales, por ejemplo las minorías afroamericana y latina, así como un destacado grupo de científicos, la mayoría de ellos ganadores del Premio Nobel en diversas ediciones y campos del conocimiento.
El antecesor de Obama había reducido notablemente la inversión estatal para la investigación científica, en especial aquella que se proponía avanzar en el conocimiento de la genética. Asunto de no menor importancia, pues para EU significó un atraso de casi dos décadas frente a otras potencias como la Unión Europea.
No bien había tomado posesión de la Casa Blanca, el presidente Obama ordenó la inmediata reinstalación de la ciencia, la tecnología y la innovación como motores del cambio económico y social de su país; instruyó a la comunidad científica para que se reabriera el financiamiento del Estado en las investigaciones en células troncales; nombró a John Holdren como su asesor en temas relativos a la ciencia. Holdren, por cierto, se había distinguido en los últimos años como un luchador contra el cambio climático y la emisión de gases que provocan el efecto invernadero en la atmósfera.
Sin embargo, las cosas no han sido fáciles para Obama en este intento por corregir las decisiones medievales que tomó su antecesor (¡sí, militante del mismo partido político de su actual contrincante, el republicano Mitt Romney!), de modo que le ha tomado casi la mitad de su gobierno empezar a enderezar las cosas.
Todavía el año pasado, a la administración Obama no le cuadraban las cifras para hacer de la ciencia, la tecnología y la innovación la fuerza de rescate que la primera potencia mundial reclamaba. A duras penas, instancias académicas y científicas recibían los financiamientos escasamente suficientes para remontar el atraso en que las metió el anterior gobierno.
La clave fue la misma a la que han recurrido las economías emergentes que hoy conforman el llamado BRIC (Brasil, Rusia, India y China) y, muy en especial, lo que hizo Corea del Sur al quedar prácticamente en la miseria, tras la guerra de secesión con el norte: en tiempos de crisis, apostarle al conocimiento.
Así, Obama ordenó que se le restara al presupuesto militar para otorgar valiosos incrementos (aproximadamente del orden de 10% en promedio) a una serie de instituciones académicas y de investigación como la Agencia Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA), la Fundación Nacional para la Ciencia (NFS), los Institutos Nacionales de Salud (NIH), la Academia Americana de Ciencias (AAS) y el Departamento de Seguridad Nacional (DHS).
De modo que, el angustioso cierre electoral en Estados Unidos, con un empate entre Obama y su intento de reelección frente a Romney y sus aspiraciones de recuperar los controles desde la Casa Blanca tiene a la comunidad científica de aquella nación y del resto del mundo a punto del infarto.
De modo que la tradicional desconfianza con la cual la derecha mira a la ciencia y a la cultura deambula con inquietante desparpajo por los corrillos electorales estadounidenses. ¿Cómo olvidar que Romney comulga con una serie de temas que tienen en su mira de tiro a la ciencia, como la enmienda Hyde, que prohíbe expresamente el uso de recursos federales para practicar abortos; o como su aceptación pública del llamado “Diseño Inteligente” como un conjunto de leyes naturales absolutas que se pueden superponer a la Teoría de la Evolución?
Si hoy miércoles, la primera plana de 24 Horas anuncia el triunfo de Obama, está columna estará de plácemes.