Washington. En teoría, explorar la orientación del voto, en Washington, resulta ocioso. Son las 11 de la mañana y prácticamente todos saben que los tres votos colegiales de la capital de Estados Unidos se irán a la contabilidad de Obama. Pero en la práctica, es muy atractivo el acto de descender a la zona humana como espeleólogo, para conocer y analizar las razones con las que un conjunto de personas deciden su voto.
A pocas cuadras de La Casa Blanca se ubica una iglesia a la que acude la población negra para no olvidar los sucesos que justificaron el nacimiento de una religión derivada del protestantismo: la metodista. Esclavos, campesinos y gente pobre convergieron en causas comunes durante el siglo XVIII en Gran Bretaña. Hoy, ese espacio es una casilla de votación. Financieros, obreros, universitarios, burócratas, entre muchos otros perfiles, ingresan al salón principal para votar. La temperatura sube considerablemente. Al entrar, un voluntario pregunta por el apellido. En seis filas de espera los distribuye pacientemente. Después de 10 minutos de haber entrado, Rose comenta que lo hizo por Romney. Trabaja como cajera en Macy’s, una tienda departamental. Su razón la soporta en la tradición. Su abuelo votaba por los republicanos mucho antes de la década de los sesenta; punto de inflexión de los republicanos, pues pasaron de defender a las minorías a un estado donde la democracia se fortalece a través de la discrecionalidad de políticas públicas.
John, de 56 años, es profesor en la prestigiosa Universidad de Johns Hopkins. “Romney es como un radar descompuesto; no se orienta simplemente es un director de empresa que intenta gobernar al país”.
El calor de la sala se impone al silencio casi total. Quienes abandonan la sala recogen con orgullo una calcomanía como prueba de “Yo ya voté”. No hay tinta indeleble. Hay confianza.
En DupontCircle concurren muchos estudiantes; es la calle Misisipi, zona de embajadas y centros escolares. Uno de los tantos vagabundos que recorren Washington observa cruzado de brazos a la gente que sale de la casilla. Paletas y chocolates alusivos a Halloween esperan a los que ya cumplieron. Susan, una de las coordinadoras de la casilla, recoge un caramelo y se lo regala al vagabundo. Michael trabaja en un despacho de contadores. Duda pero finalmente responde a través de argumentos. “Obama merece cuatro años más; el país que tomó se estaba incendiando. Ha hecho bastante. Sin duda alguna voté por él”.
Tom rompe con la monotonía. Es republicano y cree que las políticas de Obama, en materia económica fueron “las peores que pudo haber tomado”.
Sobre los asuntos internacionales nadie habla. El mundo es producto de la ficción cuando de elecciones hablamos. Y Estados Unidos no podía ser la excepción.
De regreso a la calle Misisipi el vagabundo ya no está, se cansó de observar.