WASHINGTON. Mientras uno sumaba el otro restaba; la suma de los mensajes positivos de Obama fueron superiores a los mensajes positivos de Romney. Los negativos de Romney superaron a los negativos de Obama.

 

El demócrata hizo una campaña con el censo poblacional bajo su brazo. Romney lo hizo, pero con The Wall Street Journal.

 

El republicano híper segmentó a la población, Obama estiró la liga a lo máximo para no dividirla. Lo hizo cuando habló de incrementar los impuestos a aquellos que ganan más de 250 mil dólares al año (3.2 millones de pesos). Romney le habló a las élites, Obama al resto, es decir, a más del 90% de la población. El republicano regañó al 47% de la población que camina en dirección del Estado; el demócrata se lo agradeció. Romney presumió de su poca experiencia electoral; Obama regresó a ser el de hace 4 años: experto en hacer campañas.

 

Obama realizó una campaña progresista cuyo eje central fueron los jóvenes, Romney utilizó argumentos del siglo pasado para hablarles a los mayores de 60 años. El ganador no sólo habló de economía, el perdedor sí. El punto de inflexión del ciclo económico coincidió con las campañas. Dos por ciento de crecimiento económico es demasiado si pensamos que hace cuatro años la crisis hipotecaria arrasó con la economía estadunidense. Algo más. Como en alguna ocasión lo comentó David Peatrus, el capitalismo sin fracaso es como la religión sin pecado.

 

Obama inyectó, en 2009, 700 mil millones de dólares y salvó a la industria automotriz. Romney lo criticó. Sobra investigar el sentido del voto entre los trabajadores de la industria.

 

Obama se recicló gracias al radicalismo de Romney. El republicano lo hacía pero en la figura descompuesta de Richard Mourdock con su idea locuaz de que los embarazos que proceden a las violaciones ocurren, ni modo, bajo el consentimiento de Dios.

 

A las dos de la mañana de ayer, miles de personas llegaron a los límites de La Casa Blanca. Orgullosos, los que pertenecen al 47% del grupo de flojos, según Romney, cantaban “Four more years; four more years”. Mezclados, los que pertenecen al DREAM Act, los latinos soñadores, recitaban sus principios fundacionales: “Somos parte de Estados Unidos”. Las mujeres, a las que Romney trató como seres extraterrestres, también cantaban junto a adolescentes negros: “Cuatro años más”.

 

Obama se recicla en los errores de Romney y en los imponderables. Lo fue Sandy, que hizo cambiar de opinión al gobernador de New Jersey, Chris Christie, sobre el presidente Obama; también lo fue Colin Powell, quien purgó sus errores cometidos durante el gobierno de Bush hijo en los brazos de Obama; también la ausencia de Marco Rubio en la fórmula republicano le ayudó a Obama. Romney, de haberlo nombrado su compañero de viaje electoral, las cosas hubieran sido, posiblemente, diferentes. Junto a los imponderables apareció el llanto de Obama 48 horas antes del día de la elección; abrazó, cerrando los ojos y bajando la cabeza, a una señora damnificada en New Jersey. Ocupó los terrenos despreciados por Romney. Le hizo caso a los diseñadores del algoritmo exitoso cuyo contenido es: demografía del mercado más demografía de mercado más demografía del mercado.

 

Comprendió que la realidad es un dictador de agendas; que la prosa se convierte en poesía, al menos, durante las elecciones; y, sobre todo, que los errores tácticos del enemigo son, al final de la batalla, los elementos que determinan el resultado.

 

Regresó Obama.