La fe que no duda es fe muerta
Miguel de Unamuno
Las creencias son parte esencial de la estructura más íntima de la conciencia humana. Hacen posible habitar un mundo con sentido, convivir con otros, sostener una identidad. Creer es inherente a la naturaleza del ser. Pero lo que se cree es opcional, debe ser sometido a examen y modificado cada vez que se necesite.
La creencia de lo que es creer es lo primero que debemos revisar, de lo contrario jamás pasaremos a la fase de modificar parte a parte la estructura creencial, porque hay diversos errores en la forma en que entendemos el acto mismo de creer, que operan como trampas mentales y emocionales.
Uno de las más comunes es atribuir calidad de verdadero a lo que se cree, olvidando que toda creencia es solo una perspectiva. Esto genera rigidez e intolerancia y anula la posibilidad de aprendizaje. De la misma manera, cada cual deduce en su fuero interno que lo que todos creen debe ser cierto, pero la realidad es que el consenso no garantiza verdad, solo indica costumbre, enfoque uniforme y conformismo.
Otro error es pensar que siempre debemos sostener nuestras creencias, por lo que tendemos a hacer pasar la inflexibilidad por coherencia. Solemos también creer que cambiar de creencia es falta de convicción, debilidad, traición a la propia identidad; sin embargo, no son las ideas fijas lo que nos define, en realidad son lo que nos impide hacer y ser lo que anhelamos.
Por último, otro de los errores comunes es dar por hecho que creer es suficiente para comprender, así que cuando leemos u oímos algo convincente, determinamos automáticamente creer en ello; sin más, nos quedamos con eso. Sin indagar ni cuestionar ni comprender realmente, nos volvemos necios, agresivos e impositivos, porque no contamos con la razón para respaldarnos; si acaso, solo aleccionamiento, parecido al discurso del que nos atiende en el departamento de quejas de cualquier call center.
La creencia es algo que se vive, se experimenta, más allá de su formulación mental. La verdad tiene la misma cualidad esencial y quizá por eso las confundimos, pero ésta última tiene una dimensión metafísica, mientras la creencia es de carácter material, pues se trata de una forma de proporcionarnos certezas --que nos son lo mismo que verdades--, a partir de una serie de ideas ancladas a emociones y sentimientos, enraizados, a su vez, en nuestras capacidades sensoriales. Es decir, creer involucra pensamiento, emoción y cuerpo. Es una forma de existir que debemos aprender a dominar con flexibilidad.
No se puede vivir sin creencias. Son parte inalienable de nuestra naturaleza, pero no son lo que nos hace lo que somos, sino lo que nos posibilita la adaptación. De ahí que su transformación, no su eterna reafirmación, es lo que permite la evolución del ser humano.
A cada emoción intensa le sigue un pensamiento que busca nombrarla, encajarla, justificarla. Así se construyen los sentimientos y se forman las creencias profundas. De ahí la dificultad de soltarlas. El pensamiento crítico por sí solo no basta para desmontarlas si lo que sentimos no es coherente con él.
Tomemos el caso de la abundancia. No basta con decretarla, hay que encarnarla, pero antes hay que entenderla: no es solo dinero, posesiones o “estilo de vida”, es condición de existencia. Si no se acomoda en el cuerpo, si no se vibra, si no se da por hecha, la escasez seguirá campeando como creencia, y sus manifestaciones más evidentes serán siempre la ostentación y el derroche cuando el recurso llegue, porque quizá más adelante no haya.
Este caso de la abundancia es uno de los más paradigmáticos en cuestión de creencias: se trata, para bien o para mal, de una alineación de lo que sentimos con lo que pensamos, a partir de lo que experimentamos. Así que estamos perfectamente capacitados para transformar esta ecuación cuando la creencia cuando ya no corresponda con la vivencia.
@F_DeLasFuentes
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