Una vez que la reforma laboral fue aprobada por el Senado de la República -con el pendiente de los artículos 388 bis y 390 sobre transparencia en los contratos colectivos que regresan a la Cámara de Diputados para un posterior debate- será ahora el presidente Felipe Calderón quien la promulgue en las próximas horas, a escasos 15 días de dejar el gobierno.
Para el Presidente saliente la reforma laboral aprobada es un triunfo que será acreditado a su gobierno. Para el presidente entrante, Enrique Peña Nieto, es un espinoso pendiente menos en su cargada agenda de reformas. Pero no hay duda que esta reforma laboral tiene la rúbrica de ambos y el particular impulso de Peña Nieto.
Desde que el Presidente presentó la iniciativa al Congreso en calidad de reforma preferente, dije aquí que vi una serie de propuestas laborales en materia económica y de vida sindical que iban en la dirección correcta, por lo que valía la pena discutirlas a fondo y, en todo caso, ser aprobadas en su mayoría por los legisladores. Debo decir que lo aprobado rebasó mis propias expectativas ante la incredulidad generalizada -bien fundamentada por cierto- de que los legisladores llegaran a acuerdos en temas tan espinosos por los intereses particulares involucrados.
Algunos han confundido la gimnasia con la magnesia al creer que una legislación laboral -del tinte que sea- genera empleos o mejora los salarios, por sí misma. Nada de eso.
Los empleos -sobre todo formales y duraderos- los generan las inversiones productivas cuando éstas son atraídas por altas expectativas de rentabilidades extraordinarias. Si bien la legislación laboral es un elemento que atasca o facilita la llegada de nuevos capitales, no es el elemento definitivo que determina la creación de empleos y la mejora salarial. Por eso se requieren pasos adicionales significativos para alentar la inversión fija bruta que en México está estancada desde hace décadas.
Esta reforma laboral, más allá de sus méritos propios, tiene la virtud de que abrió las expectativas y los espacios para las negociaciones políticas futuras sobre asuntos tan relevantes como la urgente transformación de Pemex o la discusión sobre la hacienda pública, en especial sobre la transparencia en las finanzas de los estados y municipios.
En el futuro, el presidente Calderón presumirá que su reforma laboral fue aprobada por las mayorías de los diputados y de los senadores de distinto signo político en un momento clave para el país. Una reforma relevante, sin duda.
Pero sin restar méritos, ello no tendrá nada que ver con haber encabezado una “presidencia del empleo” como ha insistido recientemente.
Todos los indicadores sobre el empleo y las remuneraciones durante su administración demuestran que éste no fue el sexenio del empleo. Le doy tres datos: 1. La tasa de crecimiento promedio anual de trabajadores asegurados al IMSS fue 2.8%, la segunda más baja desde que se tienen registros. 2. El 86% de los trabajadores asegurados al IMSS son permanentes, la proporción más baja en dos décadas, y 3. Los salarios reales crecieron 0.1% promedio anual en el actual gobierno, por debajo de 0.8% del sexenio anterior.
Insisto, la reforma laboral es un logro, pero aún insuficiente; la situación del empleo y de los salarios sigue siendo un lastre heredado al siguiente gobierno.
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