Los líderes del islam se reunieron en Doha, la capital de Catar. Iban con caras circunspectas y miradas de preocupación. Entre otros estaban los representantes de Irán, la bestia negra de Israel, quienes eran los que mayor preocupación tenían y no era para menos.

La reunión se llevó a cabo para expresar el apoyo a Catar por los bombardeos que varios edificios recibieron por parte de Israel para asesinar a varios miembros del terrorismo de Hamás.

Fue de las pocas veces que se les vio a todos juntos. Todos eran uno. La imagen que querían era la de la unidad frente a Israel. Como le hubiera gustado a Gamal Abdel Nasser Hussein o a Anwar al Sadat —ambos egipcios y soñadores del panarabismo— haber podido ver esa foto de unión.

Todo es verdad, pero tan sólo a medias. Esta supuesta unión en el fondo no existe. Las luchas entre las facciones chiitas, encabezas por Irán, y sunitas —la gran mayoría de los países del islam— son milenarias. Israel mantiene unas relaciones de vecindad, digamos que cordiales en la actualidad, con muchos países árabes, si lo comparamos con hace veinte años dónde estaba sólo contra todo el mundo.

Y aquí hay una batalla entre los países sunitas e Israel contra Irán. Porque el país persa no sólo es la bestia negra de Israel. Representa también una amenaza para el resto de los países sunitas que rodean toda la región.

La cumbre del Estado de Catar está muy bien para una foto, para hacer la pantomima, para una representación dónde todos saben que no va a salir nada. Pero si lo que pretenden es salir como si estuvieran todos unidos, eso, ni pasa ni pasará.

 

    @pelaez_alberto