Héctor Zagal, columnista.
 

Aun no se retiran las banderas de las fiestas patrias y aún se venden chiles en nogada en los restaurantes. Los mexicanos seguimos con ánimo festivo. Pero, quisiera amargarles un poco el mes.

El 16 de septiembre de 1847 México celebró su independencia con tropas extranjeras marchando por el Zócalo. Apenas dos días antes, el ejército de Winfield Scott había ocupado la Ciudad de México tras derrotar a las defensas mexicanas en Cerro Gordo, Churubusco, Molino del Rey y Chapultepec. Arriba de Palacio Nacional ondeaba la bandera de Estados Unidos, mientras Scott imponía contribuciones forzosas a los capitalinos para sostener a su ejército. El 16 hubo desfile, pero de las soldados estadunidenses.

La invasión había comenzado un año antes en el norte, cuando tropas estadounidenses cruzaron el río Bravo y ocuparon plazas como Monterrey, Saltillo, Santa Fe de Nuevo México, El Paso, Los Ángeles, San Diego, San Francisco California. Miles de mexicanos vivían en esas regiones, que hasta entonces habían sido parte integral del país. En paralelo, la marina estadounidense desplegó un bloqueo que paralizó el comercio en el Golfo y en el Pacífico, aislando a México del extranjero. Incluso lugares tan lejanos como Tabasco estaban controlados, al menos en parte, por Estados Unidos.

El avance de Scott siguió casi la misma ruta que Cortés tres siglos antes. Tras la toma de Veracruz, sus columnas subieron por Jalapa y ocuparon Puebla. De allí se lanzaron sobre la capital en una serie de batallas que dejaron miles de muertos y mostraron la disparidad de recursos entre ambos ejércitos. La artillería y disciplina de los invasores, respaldadas por una logística segura desde el mar, contrastaban con la precariedad de las fuerzas mexicanas.

La derrota de 1847 tuvo consecuencias irreparables. En febrero de 1848 se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo, por el cual México perdió la mitad de su territorio. En términos actuales, ese despojo equivale a California, Nevada, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas y grandes porciones de Colorado y Wyoming. Era una extensión inmensa, rica en minerales, y salidas al Pacífico, que pasaba a manos de Estados Unidos. México quedaba reducido en tamaño y profundamente herido en su moral.

La guerra estaba perdida desde el inicio. México, que en tiempos de virreinato había sido un territorio próspero, llegó al siglo XIX empobrecido en gran medida por la rapacidad de sus políticos y militares. Una y otra vez, generales y coroneles se alzaban en armas contra los gobiernos establecidos, debilitando todavía más a la nación.

Profesor de la Facultad de Filosofía en la Universidad Panamericana