Lo que el alma busca

no es un nuevo lugar donde estar,

sino una nueva manera de mirar

Thomas Moore

 

Puede haber uno o varios momentos en la vida en que, durante unos instantes, detenemos la carrera por el estatus y las posesiones. Nos dejamos de poner metas, nos desconectamos del “modo supervivencia”, bajamos la guardia, los logros dejan de tener sentido y nos preguntamos: ¿y ahora qué?

Nos puede suceder a cualquier edad, generalmente a partir de los 30. Basta con haber cumplido deseos, sobrevivido a tempestades, coronado esfuerzos. De pronto el ruido externo e interno se apaga, se detiene el tiempo y brota una especie de “comprensión” metafísica, cuando el alma emerge sobre el ego para contemplar la vida y se queda azorada de lo que estamos haciendo con ella. ¡Qué desperdicio!, diría sin duda, si quisiéramos escucharla.

Por muy materialistas o inconscientes que seamos, hay umbrales interiores que debiéramos atravesar cíclicamente. Generalmente los dividimos en niñez, adolescencia, juventud y vejez, pero la realidad es que son muchos más. El llamado ahí está y todos lo reconocemos, pero la mayoría lo desoye o definitivamente le teme, así que retorna a lo conocido, a lo de siempre.

En la medida en que identificamos los umbrales y nos permitimos echar un vistazo, oír la voz de esa alma azorada, el llamado se va haciendo más poderoso. Si lo dejamos pasar o lo rechazamos, se va apagando. Pero a los 50 se vuelve atronador, de tal manera que a los 60, si no es que antes, lo atendemos y cruzamos el umbral, o entramos en franca decadencia.

Si lo atendemos, comienza la vida, algo que jamás, jamás, hubiéramos imaginado en nuestra juventud, cuando creíamos que a esa edad ya estábamos con un pie afuera. Sin embargo, si no escuchamos la voz del alma, a los 50 comenzaremos a estar en crisis, sintiéndonos cada vez más debilitados; a los 60 buscaremos desesperadamente retener o tener nueva compañía, nos percibiremos indefensos, necesitados y enfermaremos, respondiendo al paradigma dominante de vejez, no porque no haya opción, sino porque tuvimos miedo de atender el último llamado y el ego ya no nos susurra, sino nos grita: “Morirás solo”, “no habrá quién te ame”, “no habrá quién te ayude”.

La filosofía tiene un nombre para este llamado: kairos, el tiempo oportuno. No es cronológico sino existencial. Es la pausa que nos permite cambiar el rumbo en el viaje. La psicología lo ha llamado "crisis de sentido", pero ese nombre le queda corto: es más bien una invitación a hacer algo nuevo con lo ya logrado, a gobernar la propia libertad, a ejercer con responsabilidad nuestro poder y tener el dominio de nuestra propia vida.

El problema es que le tenemos miedo a la autonomía porque pensamos que se trata de carecer de todo apoyo, y no es así. Siempre habrá quien nos asista, aunque no sea quien queramos. Ser autónomo es responsabilizarse de la propia situación, no hacerlo todo solo, e implica la humildad de pedir ayuda.

Hay muchos umbrales, pero un único “último”. No lo deje pasar. Responda la pregunta “¿y ahora qué?”. Para hacerlo le puede ser muy útil contestar antes otra que hizo Nietzsche: ¿Y si un día o una noche un demonio se deslizara furtivamente en tu más solitaria soledad y te dijera: esta vida como la vives ahora deberás vivirla otra vez y aun innumerables veces más...? Si usted no está satisfecho con su vida (y seguro no lo está si se formula la interrogante), la respuesta será obvia, y lo más seguro es que cruzará el umbral que se le presenta y los que le sigan.

Ese "¿y ahora qué?" puede ser revelador y transformador. Quizá dé miedo, quizá risa, pero nunca es el final. Es apenas el principio de una forma distinta de estar en el mundo, más honesta, más consciente, más libre. Al final, la paz interior.

 

    @F_DeLasFuentes

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