La derecha española, cuando se enoja, corre hacia el extremo. Se convierte en ultraderecha.

 

De una mala negociación entre los presidentes Artur Mas y Mariano Rajoy, de Cataluña y de España, respectivamente, los nacionalismos han salido de juerga. Y sabemos muy bien que la retórica sirve, en el siglo XXI, exclusivamente para contener a los ánimos desbordados por la irracionalidad del Viva España o Forca Catalunya. Pero cuando no hay retórica, los nacionalismos tienden hacia explosividad.

 

Artur Mas quiso evitar la aduana fiscal de Madrid. Malos tiempos para redactar una carta a Santa Claus. Mas sabía, antes de entrar a la casa de Rajoy, que saldría con la cartera vacía. Como buen político, Mas realizó una actuación espléndida. Su cuerpo se recargó de energía por lo sucedido el 11 de septiembre, la Diada, fiesta nacional de Cataluña: a las calles de Barcelona salieron 1.5 millones de catalanes pidiendo soberanía.

 

Para el presidente de Cataluña, el escenario se convirtió en un detonador seductor; pidió que se adelantaran las elecciones para, primero, deshacerse del Partido Popular (PP), segundo, ganar la mayoría absoluta y tercero, pasar a la historia como un estadista catalán continuando con el legado de su mentor, Jordi Pujol. El paquete completo tenía que ser envuelto de manera atractiva para que el electorado catalán se rindiera ante él: lo envolvió de independentismo pero sin pronunciar la palabra.

 

Todo iba bien hasta que las cifras demoscópicas le informaron a Mas que no es elevada la probabilidad de que gane la mayoría absoluta el próximo 25 de noviembre. Requiere de 68 diputados pero se estima que obtendrá entre 60 y 63. Para su fortuna, el partido independentista de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) se ha puesto a las órdenes del presidente catalán. Es decir, le dará su apoyo con los 14 escaños que muy probablemente ganará en el Congreso. Pero más allá de la mayoría absoluta, que es importante, se encuentra la fracción de 2/3 (el control del 66% del Parlamento) con lo que le abriría a Mas el camino a la organización de un referéndum secesionista. Para ello requiere de 92 escaños. El partido Iniciativa per Catalunya Verds (ICV) le pude transferir el apoyo con 12 escaños. Quedarían por sumar, sin mayor problema, los 3 diputados del disuelto partido de Joan Laporta, el ex presidente del equipo Barcelona. Así, Artur Mas lograría el objetivo de formar un grupo compacto independentista.

 

Pero la derecha se enojó. Y cuando lo hace, recurre a cualquier tipo de trampa. Por ello, el periodista y director del periódico El Mundo (quien, como lo describe un amigo, se cree un Murdoch español capaz de entronar o destronar a cualquiera) publicó una bomba sin comprobar que contenía pólvora. En las páginas de su periódico asegura la existencia de un “borrador” de la policía financiera en el que aparecen registros de cuentas bancarias de Artur Mas en Suiza. En el ya famoso borrador del que todo mundo habla pero nadie conoce, también aparecen los nombres de Jordi Pujol y del padre de Artur Mas.

 

El objetivo letal es convencer al 20% de indecisos que no voten por el hombre “corrupto y deshonesto”. Pedro J Ramírez ha logrado dar golpes importantes. Que le pregunten a Felipe González el disgusto que se llevó cuando El Mundo reveló y comprobó la existencia de los GAL (Grupo Antiterrorista de Liberación), encargado, exclusivamente de matar a etarras con financiamiento público. Pero el caso de Artur Mas flota sobre una atmósfera hedionda. Así es la derecha cuando se enoja.

 

El próximo domingo serán las elecciones. Entre hoy y el viernes, la agresividad escalará súbitamente a la caza de los indecisos. Ellos convertirán el resultado en un plebiscito: nacionalismo español o nacionalismo catalán.

 

La mejor noticia para los aficionados al futbol es que Messi no votará.

 

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