“El agradecimiento es la memoria del corazón”

Lao-tsé

El jueves 22 de noviembre se celebró el Día de Acción de Gracias en los Estados Unidos. En lo personal, este festejo inmediatamente me hace pensar en grandes banquetes. Mi mente se inunda con recuerdos de los aromas del pavo, de los purés de papa, del camote y del delicioso pay de calabaza de mi mamá. También de la gente con quien a través de los años he compartido mi mesa: mi familia y mis amigos. Pero más allá de mis memorias personales, lo más importante para mí es la oportunidad de reflexionar y agradecer la abundancia recibida durante el año.

 

Me encanta la idea de asignar un día al año para dar las gracias más allá de tu religión, creencias personales u orígenes. Es una celebración que surge de la historia de una Nación. Sólo en los Estados Unidos, se estima que 90% de sus habitantes celebran el Día de Acción de Gracias.

 

¿Pero de dónde viene esta tradición? Te cuento brevemente la historia. En 1620, el barco Mayflower dejó Plymouth, en Inglaterra, con agrupaciones religiosas que buscaban un lugar donde pudieran libremente ejercer su culto e individuos que buscaban prosperidad en el Nuevo Mundo, conocidos como pilgrims (peregrinos). Al llegar a América, se establecieron en Massachusetts y fundaron una nueva ciudad llamada Plymouth. El primer invierno arrasó con casi la mitad de las personas que habían migrado, producto de sus condiciones precarias (vivían todavía en el barco) y la falta de sustento. Fueron los indios nativos quieres les enseñaron cómo sobrevivir en este nuevo mundo: a cultivar el maíz, extraer la miel del maple, pescar y evitar las plantas venenosas. En noviembre de 1621, tras la primera cosecha exitosa de maíz, los pilgrims celebraron con un festín invitando a los indios nativos. Por más de dos siglos, algunas colonias y estados, celebraban este día, pero no fue hasta 1863, cuando Abraham Lincoln proclamó un Día de Gracias nacional, que se celebraría el cuarto jueves de cada noviembre en todo el país.

 

Esta festividad nos conecta una vez más con la tierra, con la fuente de nuestros alimentos, con los ciclos agrícolas, la estacionalidad de los productos.

 

En México también nuestros antepasados estaban agradecidos con la tierra y sus frutos. Los mayas, celebraban la ceremonia del Jo’olché’, en la cual agradecían el trabajo de los señores de la lluvia presentándole al Máximo Dios ofrendas del maíz nuevo. Los aztecas, tampoco se quedaban atrás, en el Cerro Tlalocan le pedían al Dios Tláloc un buen año, ya que el maíz que habían sembrado estaba nacido. El ritual venía acompañado del sacrificio de un niño y ofrendas de distintos tipos de comida.

 

Es interesante mirar al pasado y ver cómo hoy en día nuestra conexión con el campo es mínima. Sin embargo, lo que es innegable, es que nuestra necesidad de alimentarnos subsiste. ¿Cuántas veces pensamos en lo que ha tenido que pasar para que lleguen los alimentos a nuestra mesa? Del agricultor, del clima, del transportista, de los comercializadores. Es un complejo eslabón que nosotros nunca vemos. Ahora que tengo un pequeño huerto en casa, es innegable la satisfacción que resulta de consumir algo que tu mismo sembraste. Es un verdadero privilegio poder cultivar los alimentos.

 

Por eso este año además de agradecer que pude pasar el Día de Gracias con familia y amigos, también agradezco la abundancia en mi vida, la salud y el amor. La copiosidad de alimentos e historias que día con día puedo escuchar en mi profesión. La fortuna de dedicarme a mi pasión y a lo que me gusta. También quisiera agradecerte a ti, que leas esta columna cada semana y extender mi gratitud a los queridos lectores que se toman su tiempo de escribirme, de comentar los puntos, de seguir enriqueciendo las ideas que plasmo cada semana en este espacio. Por eso, lo único que me queda decir hoy es: ¡muchas gracias!

 

Espero que tengas un maravilloso viernes y recuerda, ¡hay que buscar el sabor de la vida!

 

***

 

Pay de calabaza de mi mamá.

 

Para la base del pay.

2 tazas de harina blanca

1/4 cucharadita de sal

2/3 tazas de mantequilla fría

4 a 5 cucharadas de agua fría

 

Preparación:

 

Combina harina y sal en un recipiente grande. Agrega la mantequilla con la ayuda de un tenedor cortado la masa, hasta que la mezcla tenga migajas grandes. Agrega el agua con el tenedor hasta que la harina esté húmeda. También lo puedes hacer en el procesador de alimentos, incorporando primero la mantequilla con la harina y sal y cuando tenga bolitas del tamaño de un chícharo agrega el agua fría. Divide la mezcla a la mitad y haz dos bolas grandes. Aplana, cubre con egga pack y refrigera por 20 minutos.

 

En una superficie plana y enharinada, y con la ayuda de un rodillo, extiende una de las secciones de masa hasta que tengas una masa delgada. Guíate con el molde para determinar el tamaño exacto de la masa. Puedes ponerlo con la parte más ancha delicadamente con la masa y cortar con la ayuda de un cuchillo las orillas dejando unos 3 cms adicionales. Pon la masa sobre el molde y dobla la orilla para hacerle la orilla más gruesa. Si quieres hacer las orillas onduladas, pon tu dedo índice de la mano izquierda y presionando con tus dedos índice y pulgar de la mano derecha haciendo una “V”. Ojo: No es necesario hornear la masa previamente. Para el pay de calabaza se necesita que la base esté cruda.

 

Para el relleno

 

2 huevos batidos

2 tazas de puré de calabaza

¾ tazas de azúcar

½ cucharadita de sal

1 cucharadita de canela

½ cucharadita de jengibre

¼ cucharadita de clavo

1 2/3 taza de leche evaporada Clavel

 

Preparación:

 

Incorpora los ingredientes en el orden que están mencionados en la receta. Vierte en la base del pay. Hornea a 220 centígrados por 15 minutos. Reduce la temperatura del horno a 175 grados y continúa horneando por 45 minutos más hasta que si insertas un palillo en el centro el palillo debe salir limpio.