La pedagogía política es una especie de autopsia con la que se previenen catástrofes. La realizada a Artur Mas revela, primero, que la emoción suele confundir a los políticos. De la juerga soberanista del 11 de septiembre Artur Mas no estudió los datos demoscópicos a profundidad; en la espiral del silencio siempre se esconden los miedos. Barcelona es una ciudad cosmopolita donde el idioma español sigue siendo un vehículo fonético imprescindible. En esta ciudad el partido independentista ERC quedó en cuarto sitio, 12 diputados al igual que el PP.
Mas, confiado, dio un paso hacia el populismo de la retórica: “buscaré la mayoría excepcional para emprender el viaje hacia el soberanismo”. El viaje ya tomo el rumbo de pesadilla.
Las manifestaciones populares son expresiones atípicas por lo aplicar una regresión econométrica con pocas muestras conlleva a una pésima interpretación. La del 11 de septiembre en Barcelona sabemos que siempre será independentista gobierne quien gobierne. De ahí la sorpresa de la metamorfosis de Artur Mas.
Cataluña independiente sin el amparo de Europa es algo más que un suicidio cultural. Pero Mas sintió el 11 de septiembre un importante componente de calor que compensaba a la gélida relación con Mariano Rajoy. Si la ruptura con Europa se convertía en un suicido cultural, con España, se trataría de un suicidio comercial.
El segundo error de Artur Mas proviene de la naturaleza del pensamiento político. Su partido, Convergència i Unió, contiene un ADN nacionalista pero no independentista. Es el aglutinador de las importantes clases medias y empresariales catalanas. Resultaría imposible pensar en la Caixa sin el apoyo institucional de Convergència. Desde hace años, la familia de Jordi Pujol, la figura que mejor retrata los principios de CiU, le otorgó al partido un toral componente bancario y empresarial.
Aznar tuvo que solicitarles su apoyo en 1996 cuando ganó el PP ganó las elecciones legislativas sin alcanzar la mayoría absoluta. Fue el primer acto cantinflesco de Aznar; él, tan españolista pidiendo favores a los catalanes; al hombre que cuando viajaba a Madrid le gritaban: “Pujol, enano, habla castellano”. Así es la política. Logra convertir a las personas en títeres en cuestión de segundos. Pues bien, Mas sorprendió al lanzar un discurso soberanista, sin embargo, la sociología le jugó una mala broma. Los catalanes auténticamente independentistas insuflaron al auténtico partido independentista, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Este partido es el auténticamente ganador de las elecciones del domingo. Tiene 10 diputados en la actual legislatura y pronto tendrá 21; es la quinta pero será la segunda fuerza política de Cataluña. Durante los próximos cuatro años, ERC tendrá secuestrado a Artur Mas. Le definirá su agenda separatista y la económica se la trastocará.
Desde ya, el presidente Mas será un político debilitado. Con pocas municiones negociadoras, con nula presencia en el espectro político español, y con la confianza mermada hacia el interior de Cataluña, su presidencia será dependiente. Perdió soberanía respecto al gobierno de Rajoy. La autopsia del político Mas impide concebir un gobierno entre los socialistas catalanes (PSC) con CiU. Un milagro le haría ver que lo importante en el corto plazo es la economía y no la independencia. Una pinza con los socialistas le haría regresar a los causes históricos del partido y dedicar su energía al manejo de la crisis económica. Si lo hace con ERC seguirá viajando por la pesadilla. La inercia del populismo hace más probable el segundo escenario que el primero.
Lo único seguro con Mas es que los estudios políticos han dejado de ser prospectivos; ahora sus datos se reúnen en una simple autopsia.