En algún momento de Moonrise Kingdom (Un Reino bajo la Luna, por su título al español), séptimo largometraje del artesano Wes Anderson, su protagonista masculino, el pequeño y enamorado Sam Shakusky, hace una declaración que define a la perfección el alma de esta cinta: “Los poemas no necesariamente deben rimar, sólo deben ser creativos”.

 

Así, es imposible no reconocerle a Moonrise su mayor logro: un magnífico diseño de producción donde cada objeto bien podría ser una pieza de museo vintage, fantásticas tomas a paisajes naturales donde todo pareciera estar pintado en tonos de acuarela y un soberbio uso del encuadre y el zoom. Lo anterior con la finalidad de emular el color y la inocencia de algún libro para niños.

 

Pero, aunque es innegable la creatividad y belleza de esta cinta, el poema no termina de rimar, ahogándose en sus propios excesos estilísticos y argumentales que, al menos para quien esto escribe, resultan insoportables.

 

Es la década de los sesenta; Sam y Suzy (Jared Gilman y Kara Hayward) son dos niños preadolescentes que viven en una isla en Nueva Inglaterra. Sam es un boy scout huérfano, sin amigos, al que incluso sus padres adoptivos no soportan por ser un “niño problema”. Suzy tampoco está feliz en su casa, vive con sus tres pequeños hermanos y sus padres (Frances McDormand y Bill Murray) a quienes se les puede ver deambulando por casa sin establecer el mayor contacto: la única forma en que se comunican es por megáfono.

 

Cansados de sus vidas y convencidos de estar juntos, Sam y Suzy deciden huir; él lleva consigo su equipo scout de sobrevivencia, ella con una maleta llena de libros, su gato y un reproductor de acetatos (¿y la ropa?, bueno, supongo que es más romántico llevarse unos acetatos a una escapada romántica que un par de calzones limpios).

 

El jefe de los scouts (Edward Norton en un papel que roza entre lo chistoso y lo idiota) comienza la búsqueda cuando se percata de la ausencia de Sam en el campamento y pide ayuda al jefe de la policía local, Bruce Willis, único adulto en toda la cinta que no se comportará como un obtuso sin iniciativa.

 

Todo en Moonrise Kingdom está meticulosamente diseñado para ser encantador, tierno, ingenuo y (eventualmente) material de culto (y merchandising claro): desde la empuñadura de la navaja que usa el jefe de los scouts, pasando por todo el vestuario de Suzy (reminiscente a un uniforme escolar), la gorra de Sam y por supuesto, el reproductor de acetatos a baterías. Lo mismo sucede a nivel argumental: todos los diálogos pretenden ser tiernos, incluso románticos, buscando afanosamente el one liner que se quede en la memoria del espectador.

 

Todo ese anhelo estético, de amor por los objetos de los años sesenta (lo hipster) termina siendo contraproducente. Estamos ante una historia claramente adolescente (aquella escena donde sugiere la iniciación sexual de Suzy) que se narra mediante niños sólo por el afán de crear un mundo completamente fantástico e infantil en una cinta cuyo resultado no dista mucho de la ingenuidad del Disney más clásico.

 

Dan ganas de decirle a Anderson: te queremos, pero no sabes de lo que hablas.

 

Moonrise Kingdom (Dir. Wes Anderson)

3 de 5 estrellas.

Guión: Roman Coppola y Wes Anderson.

Con: Jared Gilman y Kara Hayward, entre otros.