Por un momento trasladémonos a la ópera de Verdi, La Traviata:

 

“Libiam nè lieti clici (Bebamos alegremente de este vaso)

Che la belleza infiora, (resplandeciente de belleza)

E la fuggevol ora (y que a la hora efímera)

S’inebri a voluttà (se embriague de deleite)

 

El brindis de Obama es tan efímero que la memoria es una metáfora del tiempo irreal. El salvamento fiscal que impide la caída de Estados Unidos al abismo, ocurre en un ambiente de desafección política, pero sobre todo, de la peor crisis de deuda. Si Estados Unidos mutara en una persona que acude al banco a solicitar crédito, el gerente de la sucursal, tras una sonrisa sardónica, lo invitaría a salir. Lo mejor será –piensa el gerente- que la persona cuyo nombre es Estados Unidos acuda a un médico para prevenir colapsos depresivos. La deuda pública de Estados Unidos supera al valor de su economía, es decir, si quisiera pagar su deuda con todo lo que el país produce en 365 días, no le alcanzaría. Para ser más claro, lo que vale un sillón de un auto Ford más el valor de un Cuarto de libra de McDonald´s, ad infinitum, no lograría cubrir la deuda del país.

 

En 12 años Estados Unidos se ha descompuesto. En 2000, su deuda pública, en porcentaje del PIB se ubicó en 54.8%; doce años después, es de 102.9%.

 

Si la medición apunta hacia la brecha entre sus ingresos y egresos públicos: en 2000, Clinton le heredó a George W. Bush un Estado sin déficit. Por el contrario, Bush se encontró con las cajas registradoras del país llenas de dinero. El superávit, en porcentaje del PIB era del 2.4%; ahora el gobierno de Obama tiene un déficit del 8.7%.

 

La asimilación de los congresistas y senadores republicanos al pacto fiscal que en la mayoría de su contenido fue propuesto por el presidente Obama, no es producto de las mediciones demoscópicas; tampoco es un acuerdo conducido exitosamente por el vicepresidente Biden, lo es, en realidad, por las palabras frías del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, que emitió la fría mañana –en Washington- el primero de enero: el endeudamiento de EU es de 16.39 billones de dólares.

 

El brindis de Obama es cortoplacista, de ahí, que los únicos que continuaron la francachela de Año Nuevo hayan sido los participantes del mercado financiero. Si sabemos que en el largo plazo todos estaremos muertos, en el mediano, lo estaremos pero de miedo o de angustia. El acuerdo evitó un shock en los mercados financieros pero no evita un impacto económico, también a corto plazo. Aplaza discusiones sobre los rubros de recorte en el gasto y no garantiza la sostenibilidad de la deuda a mediano plazo. En dos meses, republicanos y demócratas tendrán que negociar y aprobar la ampliación del techo de deuda, de lo contrario, la administración de Obama se declararía en suspensión de pagos. ¿Nos suena?

 

El nervio que detonó el abismo fiscal se estima en un 5% del PIB de EU. Al evitarlo, las corridas financieras de Obama estiman que supondrán un ajuste fiscal de 10 años de 600 mil millones de dólares afectando, vía impuestos a menos del 2% de la población y menos del 3% de las Pymes.

 

En síntesis, congresistas y senadores; republicanos y demócratas, demostraron al mundo que son pequeños. Tan pequeños como lo es Hugo Chávez; tan irresponsables como lo es el personaje que, sabiendo que tiene una enfermedad que súbitamente lo llevará a la muerte, se postula como candidato presidencial.

 

Hugo Chávez es un actor político (autócrata) cuyos vínculos ideológicos abrevan al trasnochado anti yanquismo. Su álter ego conocido es Fidel Casto; el reprimido, es Silvio Berlusconi. Hecho por, y para la televisión, su familia disfruta de las rentas petroleras que la nación recibe por la venta de 2.3 millones de barriles por día en la espera que, para el 2020, la producción crezca 100%.

 

La venta de petróleo representa el 95% de las exportaciones, 12% de su PIB y el 40% del presupuesto federal. País rico con población pobre.

 

Chávez no puede pronunciar la palabra Democracia; sus tics golpistas y su vitalidad con la que refuerza a su propia imagen lo llevaron a cometer tropelías; lo mismo compró a los poderes legislativo y judicial, que a presidentes vecinos. Su retórica fue tan novedosa como lo fueron los retratos de George Orwell, “Rebelión en la granja” y “1984”, en los años 1945 y 1949, respectivamente.

 

El presidente Hugo Chávez discriminó a quienes no le seguían e insultó, públicamente, a sus competidores; apostó por la división y la segregación política para abrir su camino; fue un paroxista de la discrecionalidad y del petropopulismo. Caricaturizó a la Constitución frente a las cámaras de televisión, en aquellos años en los que siempre llevaba una copia minúscula en su bolsillo; propagó el culto a los santos políticos, lo mismo a Fidel como a Simón (Bolívar), de ahí su legado, en vida: miles de personas acuden a misa portando material propagandístico de él esperando el milagro de la salvación; su periplo por La Habana-Hospital lo ha convertido en un reality show: que si la esposa del presidente uruguayo asegura que su estado de salud es muy delicada; que si el hermano de Chávez viaja a La Habana; que si los médicos que lo atienden filtran información al periódico español ABC; que si chamanes lo apoyan; que si el vicepresidente Nicolás Maduro insiste en cubrir la verdad; que si el general Diosdado Cabello tiene listos los fusiles.

 

El hombre que se cansó de pedir a Estados Unidos el respeto a la soberanía de su país de los países latinoamericanos financió campañas electorales en Argentina (al matrimonio Kirchner), en Bolivia (Evo Morales), en Nicaragua (Daniel Ortega), y en Ecuador (Rafael Correa). Permitió que células terroristas de las FARC se establecieran en su territorio en tiempos de Álvaro Uribe y que miembros del su ejército toleraran narcoaeropuertos cuyas aeronaves volaban lo mismo a España que a México.

 

En efecto, la desafección por la política es global. Lo mismo en Estados Unidos que en Venezuela, los actores políticos ya no incentivan a la población para que experimenten la cosa pública. La Tercera Vía fue tan efímera como un brindis. Tony Blair y su publicista Anthony Giddens se encargaron de escenificar la Matrix de la social democracia cuando, en la realidad, la izquierda se quedó en el siglo pasado.

 

Precisamente, la crisis de la política es producto por le embrujo de la estética gubernamental: el marketing sin ideología con el que se vende a las ideologías envasadas al vacío. Así surgieron los gobiernos mainstream: Berlusconi por ser desenfadado y millonario; Obama por representar a las minorías; Chávez por cerrar el paso a las orgías de corrupción de blancos y colorados; Fox por “echar al PRI de Los Pinos”; Morales por su ADN indígena. Todos, en su momento, fueron marca. Todos brindaron como en La Traviata:

 

“Godiam la tazza e il cantico (¡Alegrémonos! El vino y los cantos)

La notte abbella e il riso (y las risas embellecen la noche)

In questo paradiso (y que el nuevo día)

Ne scopra il nuovo dí (nos devolverá el paraíso).

 

La democracia, en el siglo XXI, ha mutado en una estrategia de comunicación de ciertos oligarcas atendiendo la voz de la oclocracia. Híper simulación.

 

La desafección tiene sustento en un segmento de la ciudadanía incrédula por su clase política. EL problema es gran parte de la población global asimila los cambios a través, por ejemplo, de la evasión de impuestos, de la suplantación de personalidades (el periodista que sin poseer conocimientos engaña a las audiencias a través de chismes), entre un interminable etcétera.

 

Brindemos por el año nuevo.

 

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