Las expectativas aportan al humano la seguridad de que el futuro existe; algo más, la confianza que el otro le genera a partir de un fenómeno químico llamado retórica. El 2 de junio de 2009, el presidente Obama leyó un discurso en la Universidad de El Cairo sobre la relación entre el Islam y Occidente. De elevado contenido emocional pero con profundas raíces racionales, la idea general del discurso parecía viajar sobre un vector en el que Estados Unidos saldría de un estado de desafección post 11 de septiembre de 2001, para llegar a un estadio de tolerancia.
En El Cairo, Obama marcó de manera explícita el cambio de rumbo en la conducción del país: “América no está, ni estará jamás, en guerra contra el Islam”, sentenció. Obama recordó las aportaciones que, por ejemplo, el Islam hizo a través de la Universidad Al-Azhar al llevar la ilustración del saber durante muchos siglos “allanando el camino del Renacimiento y la Ilustración en Europa”.
A lo largo del recorrido de sus palabras subyacía una atmósfera recreada por la globalización: “Cuando un sistema financiero se debilita en un país, la prosperidad se quiebra en todas partes. Cuando una nueva gripe infecta a una persona, todos corremos un riesgo. Cuando extremistas violentos operan en una cordillera, la gente corre peligro al otro lado del océano. Y cuando se masacra a inocentes en una cordillera, eso deja una mancha en nuestra conciencia colectiva. Eso es lo que significa compartir este mundo en el siglo XXI”.
Obama regresó a Washington con diez centímetros agregados a su estatura. Difícil, por ejemplo, que un presidente de Estados Unidos reconociera que su país había derribado a un gobierno iraní democráticamente elegido. Obama lo hizo. El presidente demostró al mundo una visión geocéntrica a diferencia de su antecesor cuya visión etnocéntrica provocó el efecto al que Hegel llamaría del amo y del esclavo, o si se prefiere, la dialéctica entre los buenos frente a los malos.
Pero las expectativas son como el precio de las acciones: vulnerables.
Obama tuvo que haberse percatado que los estereotipos nacen por la obcecación de líderes conservadores y sociedades atrapadas por el egoísmo, que nunca toman decisiones a largo plazo. Dejar hacer, dejar pasar. En la propia Universidad de El Cairo dijo: “Considero que parte de mi responsabilidad, como presidente de EU, es luchar contra los estereotipos negativos del Islam, allí donde surjan”.
Cuatro años más tarde, al refrendar su mandato frente a 800 mil personas en Washington y las cámaras de CNN, Obama prometió “coraje” para intentar resolver “pacíficamente” las diferencias con otros países, porque según dijo, “el compromiso es más efectivo en las relaciones internacionales que las sospechas y el miedo (…) Apoyaremos la democracia de Asia a África, de las Américas a Oriente Medio”. Obama se percató que la batalla en contra de los estereotipos es imposible de ganarla en cuatro años. Imposible abrir franquicias de democracia en cuerpos políticos animados por órganos terroristas. Difícil derrotar a los estereotipos.
Obama vivió en Indonesia pero se educó en una de las mejores universidades del mundo, en Estados Unidos. En la educación se encuentra la comprensión del proceso transcultural. Reconvertir a Al Qaeda es tan ocioso como decirle al Chapo Guzmán que administre una biblioteca. Mientras que Obama dirigía ayer su discurso frente al Capitolio, en Argelia, la guardia sanitaria de la Cruz Roja, limpiaba el escenario del último ataque de Los que firman con sangre (una escisión de Al Qaeda) en contra de una especie de ONU laboral recluida en una planta de gas: 37 trabajadores de diversas nacionalidades fueron asesinados.
Lo mejor será reconocer que el discurso de El Cairo tendría que ser estudiado en las escuelas primarias y no en las universidades. El proceso transcultural se incuba en la evolución del ser humano y no por decreto.
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