Vista a la distancia, la escultura de Benito Juárez, con 25 metros de alto y 9 de ancho, parece una figura hostil. No pocos ciudadanos la han considerado “fea”; algunos la definen como “la más fea” de la Ciudad de México. Sin embargo, en las cercanías o trayendo en mente la opinión de los expertos, puede resultar bella e ilustrativa.
La llamada Cabeza de Juárez, sita en la avenida Guelatao, en la demarcación de Iztapalapa de la Ciudad de México, fue inaugurada el 21 de marzo de 1976, durante la gestión presidencial de Luis Echeverría, buscando reflejar la obra del Taller de Gráfica Popular, grupo de creadores que siguió la escuela de David Alfaro Siqueiros y de Pablo O’Higgins, donde confluía una propuesta estética con una militancia política de corte comunista.
Planeada para ser construida por el propio Siqueiros, quien enfermó y falleció en 1974, la popular Cabeza fue diseñada por el arquitecto Lorenzo Carrasco, participando Luis Arenal, cuñado del gran muralista. La efigie cumplía con uno de los sueños de ese movimiento: crear una magna obra en la que unidos trabajaran arquitectos, ingenieros, escultores, pintores, y obreros.
“Salinas” del Ajusco
En noviembre de 2005, el ex jefe delegacional en Coyoacán, Miguel Bortolini, inauguró la escultura Camino al Cielo, que fue interpretada popularmente como “monumento” al ex mandatario mexicano Carlos Salinas de Gortari.
Se trataba de la chispeante obra del artista coyoacanense Sixto Gerardo Sánchez Reyes, dedicada al niño saltimbanqui o equilibrista que se instala en los cruceros viales para pedir propinas a los conductores. La espigada pieza, montada sobre un camellón de la avenida Aztecas, en la colonia Ajusco, retrata a tres personas; adulto, adolescente y niño; formando una torre humana, pero en la que el menor trae puesta una típica máscara de Salinas.
La representación del ex presidente causó polémica y, como sucede con otros temas, el caso se politizó; llevando a la demarcación a celebrar una consulta pública, en la que apenas participaron 800 personas, pero quienes votaron en mayoría por su remoción.
Las protestas del artista (“lo considero un atentado a mi libertad de expresión y una falta de entendimiento sobre el espíritu satírico de la obra”, declaró Sánchez Reyes) llevaron a Bortolini a congelar el caso, heredándolo a su sucesor, Heberto Castillo, quien en su turno, después de declarar que Salinas fue “opositor a la democracia” en 1988, cuando su padre fue líder de la izquierda, optó por dejarla en el olvido, donde hasta ahora permanece, como espacio de prácticas de grafiteros, quienes inclusive suelen escalarla.
Entre críticas de algunos vecinos de la Delegación Tlalpan, que lo consideraron “antiestético” o “demagógico”, en julio de 2008 prevaleció la voz de grupos activistas en pro de los animales y fue inaugurado el monumento a Peluso, homenaje en bronce al perro callejero, de la artista Girasol Botello y el fundidor Germán Michell.
“Mi único delito fue nacer y vivir en las calles o tener un dueño irresponsable. Yo no pedí nacer y a pesar de tu indiferencia y de tus golpes, lo único que te pido es lo que sobra de tu amor. ¡Ya no quiero sufrir, sobrevivir al mundo es sólo una cuestión de horror! ¡Ayúdame, ayúdame por favor!”, puede leerse en la placa con patrocinios comerciales y que está situada en la calle de Moneda e Insurgentes Sur, a un costado del Instituto Nacional de Neurología.
Entre otros críticos, el periodista Héctor de Mauleón lo incluyó en su texto: Las esculturas más feas de la ciudad, pero aun así Peluso, puesto sobre tres patas, se mantiene a salvo del grafiti en lo alto de una cima de piedra.
De Colosio a… Coloso
Algunos turistas que se topan con cierta escultura del Paseo de la Reforma, a la altura del Jardín Líbano, en la Delegación Miguel Hidalgo, podrían retirarse con un gesto de incertidumbre y los hombros encogidos, aun leyendo la frase: “El mundo no nos fue heredado por nuestros padres, nos ha sido prestado por nuestros hijos” y un nombre propio: “Luis Donaldo Colosio”.
Quizá porque a sus patrocinadores se les olvidó anotarlo en la placa, el transeúnte no podrá enterarse de que la cabeza y media clavícula de bronce que tiene enfrente corresponde a la de un candidato del PRI a la Presidencia de la República, asesinado en Tijuana, Baja California, el 23 de marzo de 1994.
Los misterios que suelen dejar en la mente del espectador aquellas esculturas a las que no se les adosan datos históricos –para beneficio de estudiantes y de generaciones futuras–, fueron el ojo de una tormenta política, cuando el 20 de noviembre de 2010, durante los festejos del Bicentenario de la Independencia, el gobierno de Felipe Calderón hizo desfilar sobre la avenida Reforma, la escultura monumental de un personaje que nadie pudo identificar, sino hasta que la discusión subió de temperatura.
La figura, de 20 metros de altura representaba a un hombre de rostro serio y gruesas patillas, que si bien recibió el nombre (no oficial) de Coloso, tenía un parecido con personajes de la historia, como Emiliano Zapata y José Stalin; populares como Benjamín Argumedo o Vicente Fernández; o hasta chuscos como el de Jeremías Springfield, de la serie de televisión Los Simpsons.
“El Coloso es un homenaje a los cientos de miles de mexicanos anónimos y campesinos que escribieron parte de la historia”, explicaron sus autores, Juan Carlos Canfield y Jorge Vargas, ante la no muy ágil respuesta de la autoridad.
Germán Valdés Tin Tan brilla en bronce sobre las calles de Génova, en la Zona Rosa. La estatua muestra los ojos pícaros del Pachuco de Oro del cine nacional, pero su apellido… está mal escrito –con zeta–, desde agosto de 2006, cuando la placa oficial fue develada por la entonces jefa delegacional en Cuauhtémoc, Virginia Jaramillo, cuyo nombre luce más grande que el de Tin Tan y en la que no figura el del escultor.
“Así pasa cuando sucede en México”, comenta irónico el autor de la efigie, Ariel de la Peña, quien ha creado otros bronces que están en la Plaza de los Compositores y la Rotonda de los Hombres Ilustres.
No hay escultura fea
“Cuando te dicen que una escultura es fea, es porque no entienden. Para algunas personas, la Cabeza de Juárez puede ser fea, aunque refleje la obra de Siqueiros, pero para otros es más feo El Caballito. Es complicado hacer estos juicios”, dice a 24 HORAS el escultor Ariel de la Peña.
“Lejos de lo meramente estético, de lo que no podemos prescindir es de la correcta conservación y del registro histórico de todos los personajes que seamos capaces de erigir y mostrar: el arte está hecho para verse, disfrutar, sentir y aprender”, agrega.
Se habla con De la Peña acerca de la diversidad y calidad de las estatuas que pueblan nuestras ciudades, incluyendo las de personajes sui géneris, desde El Santo, situada en el barrio de Peralvillo, hasta la dedicada a la Santa Muerte, en Tultitlán, Estado de México.
El artista se describe como un liberal y puntualiza: “para mí no existe una estatua fea o no me atrevería a elegir una”. En todo caso, añade. “habrá estatuas que por asuntos de la política, o del corto tiempo que pueden darle a alguien para hacerla (creo que ese fue el caso de la de Colosio) no resulten muy afortunadas”.
Como ejemplo de su dificultad para calificar monumentos por temas de estética, De la Peña menciona que en el caso de la tan nombrada estatua de Azerbayán, esta le resulta “atractiva”.
“No discuto lo que represente políticamente. Yo veo un magnífico conjunto, muy bien integrado. Cuando lo quiten, nos lo perderemos todos; pero no por estar feo, sino por algo peor: por la política”.
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