Tal como lo anticipó en el discurso de su segunda toma de posesión, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha trazado ya la ruta crítica para su segundo mandato y sus apuestas fuertes no son precisamente temas de consenso entre la complicada sociedad estadunidense, y más bien se trata de asuntos que dividen y polarizan a los ciudadanos de su país. Ayer arrancó en esa ruta con la reforma migratoria que pidió al Congreso aprobar a la brevedad, a partir de la propuesta de senadores demócratas y republicanos.

 

El discurso de Obama totalmente a favor de la reforma que beneficiaría a 11 millones de indocumentados en EU, buena parte de ellos mexicanos, fue celebrado por igual entre las comunidades de migrantes en Nueva York que en Los Ángeles o Chicago, que en México, donde miles de familias se beneficiarán de la regularización de sus parientes que viven desde hace décadas en territorio estadunidense. Incluso la cancillería mexicana, en voz de su titular, José Antonio Meade, festejó el mensaje de Barack Obama y reconoció que las posibilidades de un cambio migratorio se ven más reales en este momento.

 

Este es el primer punto en la agenda de Obama que incluye otros dos temas esbozados en su segunda asunción al poder, el control de armas de alto calibre y los derechos de los homosexuales, incluida la posibilidad de aceptar a nivel federal el matrimonio entre personas del mismo sexo. Como se ve, el Presidente estadunidense eligió tres temas polémicos pero que a la vez pueden resultar redituables políticamente para jugarse su resto político en los cuatro años que le quedan en el poder.

 

En el caso de la reforma migratoria, era la gran deuda de Obama con la comunidad latina que tanto lo apoyó en su primera elección y en su reciente relección. Si en los primeros cuatro años de mandato no pudo ni quiso avanzar un ápice en un nuevo modelo migratorio, fue porque la crisis económica y las presiones políticas que ésta desató por parte de los grupos más conservadores, volvieron el tema altamente complicado.

 

Pero ahora la actitud del mandatario es distinta, previa negociación con grupos de senadores republicanos y demócratas, que tomaron las propuestas existentes en el Congreso y armaron un nuevo e interesante modelo que ayudará a regularizar a 11 millones de indocumentados, ahora Barack aparece como el gran impulsor de la reforma lo que le dejará sin duda dividendos políticos y votos de los hispanos en futuros comicios.

 

El tema es totalmente doméstico de Estados Unidos y no tiene nada que ver con México, aunque el beneficio para el gobierno y la sociedad mexicanas son evidentes al evitarse la repatriación de millones de connacionales que vendrían a presionar más el de por sí insuficiente mercado laboral mexicano. Hay en esta decisión conjunta de demócratas y republicanos, un interés económico porque al sacar de las sombras a esos millones de ilegales, su fuerza de trabajo y su aportación a la economía pueden ayudar a la recuperación estadunidense y representan además una apetitosa base de contribuyentes potenciales.

 

Así que no todo es bonhomía en este reforma migratoria, aunque hay que reconocer la decisión y determinación con que los dos partidos en el Congreso de Estados Unidos, junto a su Presidente, le entran al tema. Es un buen ejemplo para los partidos y el gobierno, ahora que en México comienza el debate de reformas igual de polémicas que la migratoria de Estados Unidos.

 

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