La pasarela de David Beckham en París será tan efímera como productiva: su VTP incluye 150 días, donará su sueldo a fundaciones pero su bolsillo vivirá la maximización de utilidades publicitarias, y provocará la excitación de los pobladores de avenue Montaigne (la calle de extremo lujo comercial). Algo más, con la llegada de Beckham la imagen del equipo Paris-Saint-Germain (PSG) será labrada por la esencia de la estética metrosexual en el futbol antes de la eclosión de Cristiano Ronaldo: algo importante en la estatificación del rating; evento fundamental en el siglo XXI; catarsis estética de la transmodernidad.

 

En la otra cara de la moneda de uso común (imagen) se encuentra al presidente François Hollande agotado; después de la ridícula recepción que le brindó a la probable secuestradora Florence Cassez a quien García Luna y Loret de Mola, entre otros delincuentes, decidieron violar sus derechos humanos, decidió viajar a África para recolectar aplausos a cambio de proteger intereses franceses en Mali, país secuestrado por células religiosas y terroristas.

 

La intención de voto en tiempo real de Hollande se había desfondado después del show de Depardieu y la fisura de su propuesta de ley respecto al impuesto de los ricos (75%). Adicionalmente, pero de manera más grave, la asimetría de poder del eje franco-alemán heredado por Nicolas Sarkozy, para Francia era inexistente. La Europa de Merkel es la Europa de la Unión Europea.

 

La popularidad desgasta a los políticos y enaltece a los jugadores de futbol, y en general al sector frívolo del espectáculo. Por una extraña razón, los alquimistas del mercado de la imagen transfirieron las ansias de la popularidad a los presidentes. El sudor de Nixon frente al juvenil Kennedy, en el primer debate transmitido por televisión, fue muy probablemente el génesis del marketing político.

 

En la popularidad en tiempo real subyace el tiempo futuro. La empatía ha sido desplazada por la simpatía. Frente a las tragedias, lo mejor es el optimismo. De esta manera, los políticos cayeron en la trampa porque, para cuidar a su imagen, decidieron almacenar la propensión al riesgo que conllevan las decisiones anti populares.

 

Hollande y Beckham son dos caras de una misma moneda.

 

Los primeros días de enero del año pasado, ejecutivos del PSG filtraron su intención de contratar al Spice boy sin conocer que, las corridas financieras y estéticas de Beckham, no eran lo suficientemente positivas para el propio jugador. Nasser AL-Khelaïfi, el catarí poseedor de las acciones del PSG no quitó la mirada sobre el actor Beckham. Ahora, un año después, Beckham anunció su viaje a París a través de Facebook, lugar donde toda información es oficial, inclusive las de las cuentas hackeadas o suplantadas. Con bebida en mano y en el interior de un avión, el spice boy dijo: voy a París. Por esa razón Nasser Al-Khelaïfi se siente contento, porque por primera ocasión, el PSG será una galería extensión del Louvre; listo para participar en la Champions de la estética, un torneo muy superior a la otra Champions. En el PSG, Beckham hará mancuerna con el futbolista maldito Zlatan Ibrahimovic, uno de los pocos jugadores que se atrevieron a desafiar a Guardiola en los vestidores del Camp Nou. Los nuevos Mallarmé o Baudelaire son los poetas encargados de hacer trascender el futbol a dimensiones pocas veces imaginadas. Una imagen vale más que mil goles. El tiempo ya se devoró a Mitterrand, político interesado por la cultura; Hollande, quien se ha cansado de decir que Mitterrand es su álter ego, ha traicionado a Mitterrand.

 

Lo único que le resta a Hollande es asistir al palco presidencial del Stade de France para observar a la leyenda metrosexual del balompié global.

 

fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin

 

 

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