¿En qué barco estamos? Esa es la pregunta que nos hacemos cuando escuchamos advertir al gobernador del Banco de México que se avecina una tormenta para las economías del mundo, pero que no nos preocupemos porque la economía mexicana está a salvo. Aquí -siguiendo su respuesta- la dichosa tormenta de la que advirtió sus graves efectos hace algunos días atrás en Singapur, simplemente no llegará.
“No estamos en esa circunstancia”, dijo ayer Agustín Carstens en la sede del banco central.
No entiendo bien por qué razón los políticos y funcionarios públicos en turno tienden a minimizar todos aquellos riesgos que se ciernen sobre su parcela y a declarar ante los medios -y actuar públicamente- como si el incendio del vecino fuera una cosa ajena, en la que nada tienen que ver, y muchos menos en sus consecuencias. Claro que cuando las cosas ocurren, son estos mismos políticos y funcionarios los que acusan a los vecinos de lo sucedido. (¿Recuerda al presidente Calderón explicando en 2009 por qué la economía cayó más de 6%?)
Ese comportamiento es típico y en México lo hemos visto una y otra vez. Sólo para ejemplificar, allí están los avisos formales de “no devaluaremos” previos a una macro devaluación del peso frente al dólar.
Me pareció atinada -y así lo escribí el 7 de febrero pasado- la advertencia que hizo el gobernador del banco central en Singapur sobre la formación de una “tormenta perfecta” en alusión a los fuertes flujos de capitales financieros que siguen llegando a las economías emergentes, lo que derivaría en la formación de burbujas “caracterizadas por deformaciones en los precios de los activos (para) luego enfrentar un cambio en el sentido de los flujos a medida que las economías avanzadas comiencen a abandonar sus posturas de políticas monetarias flexibles”, dijo en aquella ocasión.
Estuve de acuerdo con el gobernador porque, si bien la advertencia luce tardía, sigue siendo pertinente dado que el peligro allí está y muchas de las tareas por hacer de parte de los bancos centrales y de los gobiernos nacionales y supranacionales para enfrentarlo, siguen aún pendientes.
Por ejemplo en México, con todo y los reconocimientos que ha recibido su manejo económico, hay temas como la estructura de la deuda pública y la fragilidad de las finanzas públicas, que siguen del lado de los pendientes. Lo decíamos el 17 de enero pasado cuando apuntábamos que cerca de 40% de la deuda del gobierno está en manos de extranjeros -monto equivalente a tres cuartas partes de las reservas internacionales- y que ante una reversión de tasas o un agravamiento de las condiciones externas, estos capitales financieros saldrían en estampida buscando refugio en sus países de origen.
Por eso el discurso de ayer de Carstens en relación a una cierta inmunidad de la economía mexicana frente a estos problemas globales que nos implican, no sólo trae a la memoria las viejas y lamentables respuestas de los orgullosos políticos, sino me parece absolutamente innecesaria en boca de un banquero central en la que debe imponerse la prudencia.
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