El pasado viernes los terrícolas esperábamos un “rozón” celestial y nos cayó también una preciosa “pedrada”. Dos eventos de inmenso valor para la ciencia en menos de 24 horas.
La humanidad entera se aprestaba a presenciar el paso del asteroide 2012 DA14, a casi 28 mil kilómetros de la Tierra, cuando un meteorito de entre unos 15 metros de diámetro surcó las alturas de la ciudad rusa de Chelyabinsk, a las puertas de Siberia, provocando a su paso una onda expansiva que hizo estallar cientos de ventanas cuyos fragmentos hirieron a más mil personas, sin que afortunadamente se reportaran víctimas mortales.
Que el 2012 DA14 haya pasado tan lejos y tan cerca es, sin lugar a dudas, un verdadero espectáculo; pero, ¿no es exagerado o insensible considerar al meteorito de Chelyabinsk como “regalo caído del cielo”? Imaginemos qué pasaría si no se tratara de estos dos Objetos Cercanos a la Tierra (NEO´s, por sus siglas en inglés) sino de un asteroide de 10 kilómetros de diámetro; ahora, supongamos que en lugar de acercase a nuestro planeta, se impactara en mitad del Océano Pacífico: las consecuencias podrían resultar devastadoras. ¿A poco no nos gustaría que nuestra ciencia y tecnología estuviera lo suficientemente desarrollada para prevenir, y en su caso, evitar o resolver una catástrofe de esa naturaleza?
No hace falta imaginar qué hubiera pasado si el 2012 DA14 hubiera chocado contra la Tierra porque esto ya ha sucedido otras veces y volverá a ocurrir, como el 30 de octubre de 1908, cuando un objeto de similares proporciones al 2012 DA14 penetró la atmósfera terrestre sobre Tunguska, en el corazón de Siberia, dejando a su paso 2,100 metros cuadrados de bosques arrasados. Si una roca celeste de magnitudes similares impactara sobre asentamientos humanos como Tokio, Sao Paolo o la Ciudad de México, la destrucción sería brutal.
Tanto el asteroide 2102 DA14 como el meteorito de Chelyabinsk son fenómenos que permiten a los científicos conocer más acerca de los cientos de miles de NEO´s de todo tamaño que podrían chocar contra la Tierra en cualquier momento.
Algunos especialistas, como el doctor Sergio Camacho, investigador del Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE). nos hace reflexionar sobre la capacidad real que hoy en día tiene la humanidad para prevenir oportunamente estas contingencias: “Es la combinación de la escala potencialmente catastrófica de un impacto, la predictibilidad de esos eventos y la oportunidad de intervenir a tiempo lo que obliga a la comunidad internacional a establecer una respuesta coordinada ante una amenaza”.
El descubrimiento del 2012 DA14, así como el cálculo de su tamaño y trayectoria fueron posibles gracias al financiamiento para la creación de observatorios como los de La Sagra y las islas Canarias (España), el del desierto de Atacama (Chile) o el GTM, en las cumbres de la Sierra Negra (México), también se debe a la inversión para la incesante observación científica en Astronomía y Astrofísica; a la investigación y el desarrollo tecnológico (IDT); a los recursos para incentivar la innovación que permita producir nuevos o mejorados instrumentos de medición y observación.
En caso de una inminente colisión de un asteroide de grandes magnitudes contra la Tierra, la ciencia, la tecnología y la innovación pueden prestar un servicio que literalmente salvaría a las especies que la habitan. Vistas así las cosas, es difícil ver la apropiación social del conocimiento como un gasto y no como la mejor de las inversiones, algo sobre lo que hemos venido insistiendo desde el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, AC (FCCyT).
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