No se pudo ganar la guerra de Irak gracias a que los motivos para hacerla fueron inventados. La conjunción de motivos a priori no era demencial: armas de destrucción masiva, terrorismo, democracia, liberación y, sobre todo, Torres Gemelas. La imagen de su descomposición súbita detonada por aviones empotrados cimbró al mundo y se convirtió en un bono de venganza avalado por el mundo entero (“Todos somos estadounidenses”, Le Monde) pero no le alcanzó a Estados Unidos a legitimar su invasión porque Sadam Husein nada tenía que ver con Al Qaeda. Desde la superficialidad todo tiene vínculos; los maximalismos como retórica muevemasas. Rumsfeld y Cheney convencieron al presidente Bush de contar un storytelling cuya alegoría toral fuera el uranio adquirido por Sadam Husein en Níger. Guión perfecto proclive a ganar un Oscar. Serían dos si se le agregara el toque de espionaje. El servicio de inteligencia secreto encargado de propagar tal hallazgo fue el MI6, el grupo de élite británico, sin embargo, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) desechó la posibilidad de que Husein maquinara estrategias bélicas para destruir países; ni a Irán ni a Israel y, mucho menos a Estados Unidos o a Europa. Pero lo que dijera el organismo internacional o el propio Consejo General de la ONU poco importaba. Bob Woodward (famoso periodista estadounidense quien reveló el caso Watergate) señaló a Rumsfeld como el autor de la frase: ¿Por qué no vamos también por Irak, aparte de Al Qaeda?

 

Misión incumplida: del 20 de marzo de 2003 al 15 de diciembre de 2011 murieron 4,484 soldados estadounidenses, 329 de países aliados y 110 mil civiles. En cuanto a los refugiados iraquíes, la cifra alcanza al millón y medio. (Y recordemos, la decisión de la salida de Irak la tomó Bush en 2008 y no Obama como mandatan los biempensantes y también es conveniente no olvidar que los soldados que se queden después del 31 de diciembre se verán influenciados por una nueva ley que les quita gran parte de inmunidad a los juicios.) Al abandonar Irak, Estados Unidos dejará un país destruido y tribal: sunís y chiitas, una vez que se reacomode la cotidianidad, regresarán al enfrentamiento por conquistar el poder étnico y, finalmente, los kurdos regresarán con sus proclamas independentistas. En cuanto a la palabra democracia, las elecciones arrojaron incertidumbre dilatada durante diez meses, tiempo que se llevó la contabilidad de los votos; dependiendo de la lectura de las cifras, ganó Maliki o Alawi.

 

En cuanto al costo económico, según estudios de Joseph Stiglitz y Linda Bilmes (Harvard) el desembolso asciende a 3 mil millones de dólares.

 

Si un nombre debe de recordarse para encontrar a un antagonista de la mentira, es el de Colin Powell quien reculó (desistió en continuar en el gabinete de Bush durante el segundo periodo) después de haber protagonizado un espectáculo bochornoso. Atrapado entre la espada y la pared, el entonces Secretario de Estado no supo mentir aquel 5 de febrero de 2003 en el Consejo de Seguridad de la ONU cuando sacó de su bolsa un tubo con supuesto Ántrax: “Demostración directa, sobria, convincente de que Sadam Husein mantiene armas de destrucción masiva”. Powell advirtió que Sadam tenía 18 laboratorios móviles, 25 mil litros de ántrax y misiles con 1,200 kilómetros de alcance. Unos meses después saldría por la puerta de atrás del gabinete del presidente Bush para ceder su puesto a Condoleezza Rice. Lo que siguió lo sabemos todos.

 

Al parecer el presidente Obama no comprende las tácticas que se juegan en la región. Primero, defendió la intervención en Libia para que “la amenaza iraquí no creciera” (nuevamente aparece la generalización o el análisis soportado por la ausencia de pruebas); después el primer ministro iraquí, Maliki, dejó clara sus diferencias con Obama sobre Bashar Asad. El iraquí no quiere secundar la idea de ver al sirio fuera del poder pues su unión sentimental con Siria le impide apoyar a Obama. Maliki encontró refugio en Siria durante 15 años cuando su nombre era solicitado con furia por el régimen de Hussein.

 

En el escenario de lo posible, de no haber sido intervenido Irak, Sadam Husein tendría, hoy, alrededor de su palacio una manifestación de indignados o a grupúsculos nacidos en la Primavera Árabe pidiéndole la salida del país; o quizá mantendría relaciones primordiales con Obama para neutralizar a Ahmadineyad. Mera especulación. Lo que es cierto es que Estados Unidos perdió gramaje de liderazgo internacional a través de la invasión a Irak. De manera paralela, sufrió un desvanecimiento de credibilidad en el sector financiero, área toral de la cultura de la confianza (Fukuyama) imprescindible en aquel país para su desarrollo y para el mantenimiento del statu quo moral del protestantismo.

 

Estados Unidos sale de Irak por la puerta de atrás a pesar de las palabras motivadoras del Secretario de Defensa Leon Panetta: “ustedes (militares) se retiran con gran orgullo, un orgullo duradero, seguros de que su sacrificio ha servido al pueblo iraquí…”

 

Ahora, a reconstruir con confianza a las Torres Gemelas: economía y política estadounidenses.

 

Pero a todo esto, Irak bien vale un perdón.

 

 

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