GUATEMALA. El 23 de marzo de 1982, un militar con temple de acero, pistola al cinto y uniforme de combate, se presentaba a los guatemaltecos como líder de una Junta Militar que sustituía en la Presidencia al general Romeo Lucas García, recién depuesto por su propio ejército.

 

Ese día se abrió uno de los capítulos más trágicos de la guerra interna de 36 años que vivió Guatemala, protagonizado por el mesiánico general José Efraín Ríos Montt, un pastor evangélico fundamentalista, alcohólico en recuperación y acérrimo anticomunista, que impuso un régimen dictatorial que se saldó con miles de indígenas masacrados.

 

A casi 31 años del inicio de su Gobierno de facto, de casi 17 meses, el otrora poderoso Ríos Montt, en silencio, cabizbajo y derrotado, tendrá que acudir hoy a la que quizás sea su más importante cita con la Justicia, para responder por los miles de guatemaltecos que el ejército bajo su mando mató e hizo desaparecer en nombre de la Patria.

 

Durante sus años de gloria dentro de la política guatemalteca, entre 1989 y 2011, protegido por la inmunidad que le otorgaba ser diputado del Congreso, este anciano general retirado reconocía que durante su mandato se dieron esos “excesos”, pero que no tenía ninguna responsabilidad y que, por lo tanto, no temía demandas judiciales ni dentro ni fuera del país.

 

Pero desde que en enero de 2012 un tribunal penal lo ligó a proceso por las acusaciones de genocidio y delitos contra la humanidad y le fuera impuesto un arresto domiciliario, ha preferido el mutis.

 

Su hija, la exdiputada Zury Ríos, y sus abogados defensores, se han convertido en una suerte de voceros suyos, que más que hablar sobre lo que piensa o siente, lo exponen como la víctima de “un complot internacional” de la “izquierda retrógrada”, que busca cobrar “venganza” por haber perdido la guerra.

 

Durante las largas jornadas que en el último año le ha tocado estar frente a jueces, fiscales y acusadores, la mirada de este antiguo poderoso militar de 86 años ha permanecido perdida, los gestos de su rostro se han hecho casi imperceptibles y se le ha visto cabizbajo.

 

Siempre de traje oscuro, sudoroso, a veces nervioso, con un lápiz y un ejemplar de la Constitución del país en mano, tomaba nota de cada exposición o argumento esgrimido en su contra; hablaba al oído de sus abogados, volvía a escribir, cerraba los ojos, respiraba. EFE

 

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