Durante los días más recientes los mexicanos celebramos el anuncio de algo que ya se estudia en el Congreso y que se llama iniciativa de reforma al sector telecomunicaciones.
Todos los que somos usuarios de algún servicio de telefonía, internet o de TV restringida nos volteamos a ver unos a otros con esperanza, y con una sonrisa de optimismo, al leer y escuchar que el Gobierno ha presentado una propuesta que promete acabar con los mono, dúo y oligopolios que acaparan la industria de las telecomunicaciones.
Pero ¿por qué los poderosos empresarios del sector están tan tranquilos, en tan aparente regocijo, ante una iniciativa de reforma que plantea la posibilidad de imponerles mayor competencia, así como presionarles para abaratar sus costos y ser más eficientes en la entrega de servicios de calidad?
¿Por qué están tan aparentemente sumisos ante la desintegración -quizá también aparente- del ambiente político-legal que les ha permitido por décadas enriquecerse ofreciendo servicios subdesarrollados a costos de primer mundo?
La respuesta a estas preguntas tal vez se halle en la respuesta a ¿qué se habrá negociado como contraprestación para los grandes empresarios del sector telecomunicaciones que encabezan los mono, dúo y oligopolios de la industria?
Resulta inverosímil leer y escuchar el beneplácito que genera entre los líderes mexicanos de las industrias de la telefonía celular y fija, proveedores de internet, carriers de televisión de paga… la llegada de una iniciativa que trastoca sus intereses.
Es inevitable imaginar -por no decir sospechar- que en su beneplácito por la citada iniciativa de reforma se esconde un beneficio oscuro, un premio por aplaudir y apoyar una propuesta que ya le está dando muchos adeptos al Gobierno ante la opinión pública nacional e internacional.
Ya sé que en México nunca se dan negociaciones en lo oscurito, prebendas, concertacesiones u oferta de premios a cambio de apoyar estrategias políticas, pero de verdad hoy quiero creer que mañana tendremos una conexión de internet de banda ancha decente, una red celular de calidad que permita usar un iPhone 5 como Steve Jobs siempre pensó, por citar sólo dos deseos.
Quiero creer que estamos hablando de una reforma que nos dará a los usuarios la anhelada calidad en los servicios de telecomunicaciones a través de una vasta oferta de proveedores que no luchen por concentrar el cuádruple play.
Hoy me doy permiso de soñar que México es verdaderamente otro y que hay un liderazgo presidencial que, lejos de ofrecer alguna prebenda por abajo del agua a los grandes intereses de las telecomunicaciones de México, les ha dejado claro que no habría tolerancia por parte del poder ante exabruptos o desobediencias ante la ley y el Estado de derecho.
Los empresarios de las telecomunicaciones en México -por lo menos los que explotan el espacio radioeléctrico- operan bajo concesiones del Estado, y eso en sí mismo debería ser una amenaza de ley: Si no le entras al juego de la legalidad -y la calidad mínima que México merece- te quito la concesión, punto.
La reforma a las telecomunicaciones, entonces, debe ser eso, un cambio a una bola de servicios grises que, incluso, cínicamente se avientan la puntada de anunciar la llegada de una red LTE o 4G en algunas zonas de la Ciudad de México, cuando la calidad de la red 3G jamás superó el estándar de la mediocridad.
Es innegable: En México están pasando cosas que durante los últimos 12 años no ocurrieron. En 100 días el país ha sido testigo del arranque de proyectos muy lucidores para el nuevo gobierno. Mi deseo es que todo ello sea una realidad de trascendencia para el país. Que no sea un cosmético, un simple maquillaje de actor que busca encantar a las masas.
Quiero creer que en México el pesimismo empieza a dejar de ser un optimismo bien informado.