Una vez muerto el presidente venezolano Hugo Chávez, los reflectores mediáticos se posaron sobre su discípula más avanzada en las políticas populistas del continente, la argentina Cristina Fernández de Kirchner.
Pocos días después, el mundo volvió a mirarla una vez más cuando se conoció la noticia de que el cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio -con quien Fernández de Kirchner mantuvo una relación fría y distante- había sido nombrado el sucesor de Benedicto XVI.
En pocos días, el recién ascendido Papa Francisco se ganó la simpatía de millones de argentinos, mientras que Cristina buscaba levantar sus alicaídas preferencias entre los votantes, apoyándose en las imágenes de un saludo cordial con el Papa Francisco en el Vaticano.
Pero Cristina Fernández requiere mucho más que la propaganda de su gobierno para convencer a los argentinos de la clase media. La economía va de mal en peor y su gobierno sigue empeñado en más populismo aunque con menos recursos para financiarlo.
El pasado 11 de marzo, la gigante minera brasileña Vale, la mayor productora mundial de hierro, había anunciado la cancelación del mega proyecto Potasio Río Colorado, que implica unos seis mil millones de dólares en inversiones. Además de la explotación de cloro de potasio para la producción de fertilizantes, la brasileña se proponía construir 790 kilómetros de vías férreas y una terminal en el puerto de Bahía Blanca, al sur de Buenos Aires. Era la inversión extranjera directa más importante para Argentina, según había presumido la propia Cristina Fernández.
El problema para Vale, y para muchos inversionistas extranjeros, es la “doble economía” que maneja el gobierno: la oficial y la de la calle. Mientras que en los circuitos formales el dólar se cotiza a cinco pesos, en la calle se vende a ocho. Con la inflación es lo mismo. Los registros oficiales hablan de 10%, pero los cálculos independientes rebasan el 30%.
La crisis de divisas que vive Argentina ha hecho que el gobierno de Kirchner ponga toda clase de obstáculos para que las empresas saquen sus utilidades y dividendos del país, a lo que se añaden los elevados impuestos a las exportaciones; aumentando la desconfianza en las medidas por venir.
La macroeconomía argentina está distorsionada.
El caso de Vale no es aislado. Las empresas brasileñas impulsadas por la poderosa banca de desarrollo encabezada por BNDS y que desembarcaron con grandes promesas para la Argentina durante la última década, han sido cautelosas con sus planes futuros. Algunas, como Petrobras, ya están en retirada.
Y cómo no. El gobierno argentino ya avisó a Brasil que no aceptará el libre comercio de vehículos a partir del segundo semestre de este año, con la intención de limitar las importaciones de vehículos y autopartes a un acuerdo de reciprocidad, obligando a los fabricantes de autopartes brasileños a instalarse en Argentina con todas las distorsiones que tiene el mercado a causa de la política populista que sigue Kirchner. El año pasado, Argentina sólo recibió cuatro mil millones de dólares en inversión extranjera directa.
El autismo económico de la presidenta se ha traducido en autoritarismo, como lo reseñó recientemente Mary Anastasia O’Grady, en un artículo publicado en el Wall Street Journal (“Kirchner busca la ruina financiera de la prensa independiente”).
Después del autismo económico y del autoritarismo político de Kirchner no puede venir nada bueno para los argentinos.
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