Una jauría de políticos hambrientos de poder, gruñéndose por todo y pelándose los dientes, es el espectáculo que veremos este 2012 los mexicanos. Como cada seis años desde que se institucionalizo la lucha política, asistiremos al mismo ritual desgastado que marca el ascenso y el descenso de los gobernantes. Un presidente que se eclipsa en el ocaso de su mandato y que busca desesperada -e ilegalmente- dejar un sucesor, y un futuro presidente que llega convencido de que reinventará al país en los seis años venideros.

 

Muy poco importarán en este año que iniciamos que los índices de la calidad de la educación en México sigan siendo los más bajos del grupo de países con los que nos medimos y que los niños mexicanos sigan siendo analfabetas funcionales; que los 52 millones de mexicanos que viven en pobreza se estén volviendo cada vez más pobres y no haya para ellos horizonte de salida; o que los 20 millones de compatriotas que no tienen para comer lo necesario cada día se sigan deteriorando en su salud y sólo avancen en los grados de desnutrición en su organismo. Toda esa crudeza desaparecerá y se volverá promisoria cuando se hable de “luchar contra la pobreza” en los discursos de campaña y se prometa “hacer de la educación el motor del desarrollo de México”.

 

Veremos a los medios de comunicación ofrecernos “la mejor cobertura de las campañas”, mientras disfrazan algunos sus preferencias políticas y favorecen disimuladamente a algún candidato, mientras la radio y la televisión nos bombardean con millones de spots oficiales de mala calidad con los partidos y sus candidatos. El paisaje urbano se contaminará con los rostros y las caras sonrientes de todo tipo de personajes que ambicionan el poder. Gordos, flacos, morenos, blancos, feos y agraciados, todos se igualaran con la magia del photoshop y hasta los más corruptos y con pasados turbios, parecerán buenas personas y engañarán al más desconfiado.

 

Será la tercera elección competida que hayamos conocido los mexicanos. Con los mismos estilos y las mismas formas rituales y ceremoniosas de buscar el poder, la diferencia de los comicios presidenciales del 2000 a la fecha, es que terminó aquel resignado destino manifiesto de la era priista, cuando todos sabíamos de antemano quién era el ganador incluso antes de que se contaran los votos. Si Vicente Fox nos sorprendió cuando cumplió su cometido de sacar al PRI de Los Pinos y Felipe Calderón se hizo de la presidencia “haga sido como haga sido” y dejo a Andrés Manuel López Obrador esperando por la sabiduría del pueblo, este 2012 nos puede deparar sorpresas.

 

“¿Tu quien crees que gane?”, es la pregunta que más se escucha en los cafés y en las conversaciones de sobremesa de los mexicanos. Y la respuesta más simple indica que si hoy fuera las elecciones, como dicen las encuestas, habría un ganador absoluto y ese sería el hombre que leyó media Biblia y “uno que otro libro que no recuerdo”, Enrique Peña Nieto. Pero ¿esa respuesta se mantendrá vigente el próximo año? Eso es lo que está por verse.

 

La mayoría de los encuestadores coincide en que los números que hoy arrojan las encuestas -con variaciones de porcentaje entre 50%al abanderado priista, 25% al panista y 20% al perredista- difícilmente se mantendrán rumbo al 1 de julio del 2012. La lógica y las leyes de la probabilidad indican que el candidato del PRI tenderá a bajar, mientras los abanderados del PAN y del PRD crecen en busca de darle alcance al puntero. Muchos factores incidirán en el comportamiento de las encuestas y del electorado, el principal se llama “dinero”. Asistiremos a la elección más cara en la historia de las votaciones en México, según el presupuesto autorizado para el IFE, y al dinero que se gastará oficialmente, se les sumaran miles de millones de pesos en financiamiento ilegal de origen público y privado que veremos pasar frente a nuestras narices, en contratos por debajo del agua con medios y empresas de mercadotecnia política, y que se ocultara con dobles contabilidades o prestanombres por todos los partidos y candidatos.

 

Además del dinero, otro signo que marcará estos comicios será la suciedad. Expedientes negros, acusaciones, videoescándalos y documentos de corrupción inundarán el paisaje mediático a pesar de estar prohibidos por la ley los ataques entre candidatos. Será pues una elección sucia y con mucho dinero, una elección que se puede volver muy competida y que al final podría incluso terminar cuestionada e impugnada. Nada nuevo pues para los mexicanos, al final la misma embravecida y mañosa jauría en feroz disputa por el nuevo hueso.

 

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