En el país se desenvuelven dos grandes guerras: la del gobierno contra el crimen organizado y la del poder.
2011, en lo político, fue el preparativo para la batalla final que tendrá lugar en las urnas el 1 de julio del 2012. En este año que termina, los partidos se agruparon con quien mejor les convino, eligieron a sus comandantes (aunque el PAN aún no define a su abanderado, el presidente Felipe Calderón hace las veces de líder), y determinaron modalidades y campos de batalla.
Lo que al inicio de 2011 fue el grito de batalla de Marcelo Ebrard y del dirigente panista Gustavo Madero: “¡Las alianzas llegaron para quedarse!”, se derrumbó estrepitosamente en la entidad donde más ansiaban “Chuchos”, blanquiazules y Calderón que ésta fructificara: el estado de México.
Enrique Peña Nieto –quien para entonces ya contaba con el apoyo de la maestra Elba Esther Gordillo a cambio de llevar a la presidencia del PRI a Humberto Moreira y que el coahuilense despachaba en Insurgentes Norte- jugó entonces su mejor carta para la sucesión y dio paso a Eruviel Ávila, quien terminaría ganando la gubernatura por un amplio margen.
Con el fin de las alianzas, la salida de Jesús Ortega y el ingreso de Dolores Padierna como secretaria general del PRD ante un debilitado Jesús Zambrano, se marcó el inicio del reinado de los “Chuchos” y el retorno de la fuerza de los obradoristas.
El PAN quedó abandonado en plena luna de miel con Mario López Valdés en Sinaloa, Rafael Moreno Valle en Puebla y Gabino Cué en Oaxaca.
El PRI recobró vida, esperanzas y terreno. De entrada, los priistas rechazaron el escarceo presidencial de no llevar a cabo elecciones en Michoacán bajo el argumento de que no existían condiciones para el desarrollo proceso electoral.
Al poco rato, lanzarían al despeñadero a los perredistas en Michoacán, bastión histórico del cardenismo; y ganarían la gubernatura a la propia hermana del presidente de la República, Luisa María Calderón, aunque el Jefe del Ejecutivo aún no ha felicitado al ganador. Más aún, Felipe Calderón ha utilizado los comicios michoacanos para tratar de establecer un contubernio entre los narcotraficantes y el PRI. Estrategia similar a la que utilizó en las elecciones intermedias de 2003.
Noviembre fue el momento elegir a los comandantes en jefe de la gran batalla por venir. Los perredistas fueron los primeros en resolverlo. De una manera inusitadamente clara y sin pleitos, Ebrard reconoció su derrota en las encuestas y Andrés Manuel López Obrador se convirtió en precandidato único de las fuerzas de izquierda.
Días después, en el PRI, aunque con un pequeño cisma al interior, Manlio Fabio Beltrones declinó a su aspiración de convertirse en precandidato presidencial. Tema que utilizaría para negociar a su vez la salida de Moreira del PRI, en hombre de la Gordillo en las filas tricolores…, y su eterna enemiga.
Los blanquiazules entre tanto siguen en sus trece. Todos quieren ser “el bueno”. Santiago Creel sigue empecinado con mantenerse en la contienda interna, Ernesto Cordero, cuyos números son muy bajos, intenta --con un cambio de equipo y el apoyo presidencial—repetir la gesta de su jefe hace seis años, y Josefina Vázquez Mota pasa la charola con febril entusiasmo.
La pregunta que queda en el aire por venir es: ¿Se va a tercios la elección presidencial o se polariza en sólo dos fuerzas? ¿Será PRI-PRD la final, o PRI-PAN?
En cuanto a la guerra contra el narco, sólo baste decir que el número de muertos en el año que se va, pasa ya de 60 mil y que por más que atrapan “cabezas”, “jefes”, “líderes de organizaciones”, nomás no se ve otro resultado que más sangre.
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