Ahora, los juicios políticos se han convertido en penas de muerte para la imagen. Y sabemos que, cuando muere la imagen, jamás resucita el nombre.
La telerrealidad es una contribución del hiperrealismo, esencia que da vida a las generaciones Facebook y Twitter. Su manifestación más evidente es a través de la extimidad (una especie de Wikileaks personalizado en reality bites). Antes, MTV se había encargado de ensayar perturbando la realidad. Real World, durante la última década del siglo pasado, hizo estallar guiones de telenovela tipo Los ricos también lloran; storytelling incrédulo no es storytelling. La desgracia llegó. El costumbrismo transfigurado por la generación “decente”(Televisa) dejó de entusiasmar a los spring breakers virtuales que, por ejemplo, al interpretar libremente el guion vacío de Jersey Shore, se percataron de la existencia del telehedonismo. Entre tanto, la apología de lo escatológico la había ensayado MTV a través de Jackass. Al mismo tiempo pero desde Europa, la obra orwelliana, Big Brother se convertía en la industria más eficiente en cuanto a la producción de luminarias. (Que no nos extrañe, ahora, la venta de la casa de las conejitas. Ni subastas ni hipotecas. Su valor histórico se convertirá en perpetuidad.)
La telerrealidad ha incentivado a los Indignados a protestar frente a las casas de políticos. Los famosos escarches argentinos cruzaron el Atlántico para generar molestias entre los políticos del Partido Popular español; con ello, se demuestra que Argentina es un gran exportador de malestar social pero también de vicios político/económicos. El corralito llegó a Chipre.
La telerrealidad y el tiempo real juegan bajo las mismas reglas. La extimidad es encumbrada por los spring breakers virtuales quienes, desde Facebook y Twitter producen hedonismo a domicilio sin el riesgo de visitar las playas calientes de sorpresas desagradables. Si Xbox se injerta en el interior del cuerpo humano para crear un nuevo sistema complementario al nervioso, por ejemplo, Facebook es un brazo de Wikileaks personalísimo. Las redes sociales se han convertido en agendas comunes; narrativa de mi vida íntima compartida bajo la condición de un conjunto de transacciones simétricas. Yo extimido, tú extimidas, nosotros extimidamos. Así, el amor por el neo gore grotesco y apabullante es una simple anécdota de la cotidianidad.
La extimidad, precisamente, nace de la telerrealidad. Los movimientos demográficos conciben a la telerrealidad como producto de cansancio generacional: en Jersey Shoe, decenas de cámaras se untan en cuerpos de ocho jóvenes que sortean al pensamiento a través de borracheras en tiempo real (24/24 horas). Borrachos que disfrutan ser observados, vigilados. La producción industrial de la extimidad genera luminarias. No sólo Paris Hilton tiene la concesión de vender nada a un precio elevado.
Si hablamos de transición entre los spring breakers reales y virtuales, tenemos que recordar a Britney Spears como la encargada de jubilar a la generación Disney. Ella, junto a Christina Aguilera, hoy es la abuelita enternecedora que reclama derechos de copyright por la telerrealidad del siglo pasado. Así lo entiende el director de cine Harmony Korine al llevar a las playas de los spring breakers a las ratoncitas Selena Gomez (mito infantil de Disney Channel, con 29 millones de fans en Facebook), Vanessa Hudgens (de High School Musical y ex Disney) o la propia Ashley Benson, mejor conocida como Hanna Marin, protagonista de la serie Pretty Little Liars, en la cadena de Disney, segmento adulto, ABC. Selena Gomez se hartó de Justin Bieber, ángel entre demonios; personaje que publicitó la sujeción bíblica en forma de anillo de castidad. Ahora, Selena se revela a través de la fórmula de la telerrealidad. Las nuevas princesas se cansaron de Disney, y por ello, la venganza es semiótica.
La película Spring breakers se estrenara muy pronto en México. Harmony Korine revela lo que ya todos conocíamos de los spring breakers: “Mucha gente acusa a esa generación de ser unos desalmados, y de no tener ninguna clase de mérito ni poesía, y sentí que la película era, de algún modo, una exploración de la poesía que hay en su mundo” (La Vanguardia, 10 de abril). Telepoesía pura y dura. Neopoesía blanda y carnal.
Hollande intenta regular la telerrealidad
No fue noticia de ocho columnas. De hecho, en México, pasó desapercibida la noticia. Era evidente que a las agendas televisivas poco les interesó el tema. En una nota de la agencia EFE se revela que el gobierno de Francia estudia endurecer la regulación de las emisiones de telerrealidad, tras la muerte de un concursante de un programa tipo Sobrevivientes que en Francia se llama Koh Lanta. Murió el 22 de marzo y testigos revelan que tuvo muy mala atención (ya no médica, sino del staff del programa emitido por el canal TF1.)
François Hollande, el político que vivió su idus de marzo con estoicismo, aunque terminó hundido en las encuestas por el caso de su entonces ministro de Hacienda Jérome Cahuzac, quien juró, ante la Asamblea, no tener cuenta bancaria en Suiza para terminar, unas horas después, reconociendo que sí, se transformó en policía fiscal y guerrillero antiparaíso fiscal. Entre sus batallas, Hollande fue interrumpido por la telerrealidad; el presidente ya era alimento descompuesto de la crisis cuando un par de diputados socialistas llamaron a su puerta. Como serial de TV Negra, un grupo de adolescentes muere en concursos de telerrealidad, le dijeron. -¿Qué hacemos?, preguntaron. -Regulen, murmuró Hollande.
En un primer momento, Hollande no comprendió lo que le dijeron los diputados hasta que éstos comenzaron a describirle los hechos ocurridos durante los últimos tres años. Antes de lo ocurrido en Koh Lanta, en 2010, el nombre del reality resultó una broma macabra: Engáñame si puedes. Sesenta días después del último capítulo, Jean Pierre, de 22 años se suicidó. Un año después, Big Brother desequilibró al joven François-Xavier Leuridan, también de 22 años, al arrojarse a un automóvil en movimiento.
¿Qué hacer frente a la telerrealidad?