En algunos países, la cultura tradicional sigue marcando la pauta del comportamiento socialmente aceptable. En Japón, el estricto código de conducta de los individuos se basa en el respeto a la familia y el trabajo. Las consecuencias a las violaciones de este código son tan severas que en algunos casos la pena de muerte sigue siendo aplicada legalmente. Sobre la superficie todo parece armónico; sin embargo, algunas costumbres son fuente de discriminación.

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Se cree que los japoneses del paleolítico ya se tatuaban con fines decorativos o espirituales. Para el año 500 d.C., los tatuajes ya habían adquirido una connotación negativa, aunque en algunos casos se seguían utilizando con un fin estético. En general, se castigaba a los criminales con marcas sobre la piel para advertir a la población sobre la vileza en las intenciones de un individuo en particular.

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Fue durante el periodo Edo (1600-1868), que los tatuajes japoneses o irezumidesarrollaron su nivel estético a favor del avanzado arte que conocemos en la actualidad. El origen de este adelanto vino como resultado de las impresiones en madera de la época. La piel se marcaba tal como se estampaba la madera; a través de cinceles y agujas se lograba implantar pigmento debajo de la piel. El siguiente emperador japonés -Mutsuhito Meiji- quien gobernaba bajo la consigna de culto a las reglas, prohibiría definitivamente los irezumi hasta que la ocupación de los aliados en 1945 los legalizara de nuevo. Para entonces, todo aquel que portara un irezumi era ya considerado miembro de la yakuza o mafia japonesa.

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Los irezumi son tatuajes que abarcan casi la totalidad del cuerpo. Debido a su estigmatización en la sociedad japonesa, estos grabados evitan implementarse en lugares que la ropa no logra cubrir como cara, cuello, manos, muñecas, pies, tobillos y el centro del pecho.

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Completar un irezumi es un proceso lento y doloroso. La inserción de la tinta se hace manualmente con un pincel que en la punta tiene varias agujas, pueden ser de acero o de bambú. Las agujas del pincel se sumergen previamente en tinta para luego encajarse repetidamente en la piel del individuo insertando así el pigmento debajo de la epidermis. Un irezumi tarda años en completarse dependiendo de la resistencia del individuo y el costo del mismo.

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A diferencia de los tatuajes convencionales los irezumi son un arte irrepetible en si mismos. Un tatuador de irezumi pasa por lo menos tres años como aprendiz limpiando el estudio y preparando los pigmentos. Después de eso puede comenzar a practicar sobre su propia piel. Los maestros tatuadores o sensei eligen entre sus aprendices a quien heredaran su nombre para así preservar la tradición del irezumi. En ocasiones los maestros llegan a adoptar legalmente a su aprendiz favorito para continuar su legado.

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Un irezumi no se elige como se hace con los tatuajes convencionales. Un irezumi es el resultado de la colaboración entre el sensei y el interesado. Entre los dos se acuerdan las imágenes a plasmar, aunque el maestro es quien decide como aplicarlas; esto depende de la configuración física del sujeto y el significado que la obra adquirirá. Normalmente, a través del tatuaje se plasma el sentido de vida del Ser. Un irezumi es la expresión de la búsqueda y la meta en la vida de la persona, es la representación de las aspiraciones del individuo.

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En Japón, como en el resto del planeta, la vestimenta de las personas otorga atributos sociales a quien la usa. Por las prendas que utiliza podemos diferenciar a un sacerdote cristiano de un monje budista o a un doctor de un empleado corporativo. Cuando el vestuario desaparece es imposible clasificar a las personas que están frente a nosotros. Los tatuajes describen de una manera más profunda a la persona que los usa. También hacen al individuo alguien identificable, alguien sujeto a ser señalado, discriminado.

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Alrededor de la tierra los tatuajes han estado cobrando relevancia a lo largo de los años. Los tatuajes son algo cada vez más común y aceptado. En la nación nipona no es así. Debido a la connotación criminal que se le atribuye a los tatuajes en esas latitudes desde hace más de mil quinientos años; los portadores de algún irezumi tienen prohibido ingresar en diferentes establecimientos entre los que se encuentran baños públicos, albercas o gimnasios, inclusive se llegan a negar puestos de trabajo. Durante 2012, Toru Hashimoto, el alcalde de Osaka inició una campaña para despedir a la gente tatuada de sus empresas. Para él, las únicas opciones eran la remoción de tatuajes o conseguir trabajo en otro lugar.

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La sociedad japonesa se presume como una colectividad armoniosa y tranquila. Pero debajo de esa aparente calma existe una tormenta plagada de exclusión y segregación. Si se continúa discriminando a la gente con tatuajes será imposible mantenerlos como miembros activos de la comunidad o reintegrarlos a la misma. Evidentemente, los tatuajes han dejado de ser un distintivo de la delincuencia organizada en aquel país como en otras partes del mundo. Es imperante que se busque gobernar con leyes que reflejen la realidad y que dejen el pasado en donde le corresponde. Tal vez, esto es algo de lo que también nosotros podamos aprender.

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