El optimismo sobre el futuro inmediato de la economía mexicana aún no sale de la confortable zona del elogio del discurso. Y ese es un terreno generalmente resbaladizo cuando el optimismo no se corresponde con la sucesión de hechos y de resultados que demanda la realidad.

 

No se puede perder de vista que la lista de pendientes en la economía mexicana sigue siendo esencialmente la misma que hace un año o hace una década. Desde los elevados niveles de pobreza entre la población y las regiones del país, la muy desigual distribución de la riqueza que se genera, la mala calidad de la inversión en la educación pública que alimenta la inequidad social, la pobre competencia de mercados que asalta el poder adquisitivo de los que menos tienen o el raquítico ingreso por habitante que compara desfavorablemente a México, incluso en América Latina.

 

Allí están y, esencialmente, aún no han cambiado.

 

Las expectativas que plantea el discurso político del gobierno de Enrique Peña Nieto deben ser asumidas como las expectativas de un nuevo gobierno que acaba de llegar al poder y que -en todo caso- sirven para inyectar el ánimo perdido en el terreno de la propaganda política.

 

Pero cuidado con hacer de ellas realidades virtuales, que muestran una marcha económica de laboratorio, pero que aún el ciudadano promedio no puede palpar.

 

Los hombres del dinero lo saben por el olfato de su pragmatismo y de su codicia racional. Por eso, el crédito bancario está prácticamente parado, las inversiones foráneas que llegan a México siguen siendo predominantemente aquellas que buscan arrebatar el suculento rendimiento financiero que ofrece el gobierno, pero aún no vemos una avalancha de inversiones hacia la economía real, más allá de las automotrices que vienen de años atrás. Allí están las cifras de la inversión extranjera directa para demostrarlo.

 

Y es que la economía mexicana aún debe saltar un trío de escollos para convencer que tiene un futuro prometedor: El aterrizaje de profundas reformas en materia de competencia, energía y hacienda pública; el cambio de percepción en materia de seguridad pública y el fortalecimiento del marco legal y de las instituciones de impartición de justicia en su sentido más amplio.

 

Mientras ello no ocurra, el discurso del elogio de la economía seguirá imperando en el corto plazo, pero estaremos lejos de concretar las expectativas que se han formado.

 

Los pasos dados por el Gobierno y algunos dirigentes políticos desde diciembre pasado a la fecha, son alentadores pero aún insuficientes para sostener el optimismo inicial.

 

El ciudadano medio lo sabe y de allí que su confianza como consumidor siga plagada de incertidumbres y de incredulidad.

 

samuel@arenapublica.com | @SamuelGarciaCOM | www.samuelgarcia.com

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