Los estudios universitarios también representan una vía diplomática sobre la que siempre rueda una armoniosa relación entre países. Su objetivo natural es alcanzar un grado de transcultura óptimo. El conocimiento, por fortuna, no sabe de soberanías ni de visados. Hoy, el componente tecnológico le otorga a la información el rasgo de la inmediatez. A la sensación del empequeñecimiento del planeta le acompaña el incentivo del deseo de estar informado; dos pasos adelante, el incentivo se traduce en conocimiento.
Algunas universidades mexicanas encontraron en el TLCAN (1994) el punto de inflexión de sus objetivos fundacionales, en particular, desarrollando programas de estudios internacionales. Aquellas universidades que ya contaban con ellos, los profundizaron. Las bases del comercio internacional resultaban incomprensibles para muchos por la fuerte inercia de la política de sustitución de importaciones implantada durante varios sexenios. Pero más allá del comercio, el estudio de las culturas obligó a las universidades a romper el dique paradigmático de los estudios lineales o monotemáticos. Es decir, las universidades comprendieron que sólo a partir de programas de estudios multidisciplinarios se logra aprehender las externalidades de la globalización.
Recuerdo con entusiasmo la decisión que tomó el rector del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), Arturo Fernández, durante los primeros años de los 90: abrir un programa de estudios de maestría en Dirección Internacional. Su enfoque interdisciplinario lo obtuvo gracias a la participación de, al menos, tres visionarios: José Otaduy, Thomas Koralek y Giulio Chiesa. De manera paralela, muchas de sus materias fueron enriquecidas por el departamento de Estudios Internacionales a través de su jefe de departamento, Rafael Fernández de Castro, junto a sus distinguidos profesores como Jesús Velasco, Stephan Sberro, Guillermo Guajardo y Duncan Wood, entre otros.
Parece que la ubicación temporal (1996) pertenece a la prehistoria. Sin Facebook o Twitter y, sobre todo, sin la revolución de Apple, pensar en la globalización como un fenómeno multidisciplinario e híper necesario para lograr sinergias culturales resultaba casi un milagro. Diecisiete años después, los intercambios representan el tercer pulmón para universidades como el ITAM o la UNAM.
El paradigma europeo de los desplazamientos universitarios no tiene parangón: Erasmus. En él subyace el fenómeno de la transcultura; elemento toral para evitar confrontaciones bélicas. El italiano que viaja a Praga; el checo a Atenas; el irlandés a Francia.
La dinámica de estudiantes mexicanos en Estados Unidos fue interrumpida por los atentados del 11 de septiembre de 2001, hoy las cifras son bajas: menos de 13 mil mexicanos se encuentran estudiando algún grado académico en EU. Viceversa, la cifra, en 2010, era de siete mil 157 estudiantes estadunidenses en México.
México es un país exportador de estudiantes. La proporción de estudiantes que van a Alemania, Brasil, Chile, España y Francia es casi cuatro veces más respecto al número de estudiantes que vienen de esos países a México. (Lo revela un informe elaborado por un grupo interdisciplinario del ITAM, Ibero, Universidad de Arizona y la Secretaría de Educación Pública.)
Las agendas mediáticas de México y Estados Unidos conceptualizan la visita del presidente Barack Obama no como politemática sino bitemática: seguridad y migración. Como la costumbre ordena, la tendencia de evitar pensar en el futuro provoca que sea el hiperrealismo quien se encargue de eclipsar temas como el de la educación. Por fortuna, la agenda del encuentro de hoy y mañana entre los presidentes Peña y Obama sí incluye el tema educativo. Si los estudios interdisciplinarios nos ayudaron a comprender el fenómeno de la globalización, hoy la educación merece la atención para articular estrategias que incentiven la transcultura.