El discurso de Barack Obama en el Museo de Antropología me remontó al libro de Robert Pastor y Jorge Castañeda, sobre los Límites de la amistad: México y Estados Unidos. Este texto es un debate sobre cómo veía cada uno la relación de México y Estados Unidos.
Al releer mis subrayados de hace 20 años, me llamaron la atención las referencias que hace Pastor a la visita de James Carter a México, en febrero de 1979: el embajador de Estados Unidos en Afganistán fue asesinado la víspera. Según Pastor, Carter habría cancelado la gira si hubiera sido a cualquier otro país, pero sabía que en México habría sido criticada una cancelación de último minuto, a pesar de que el encuentro terminó enmarcado por una serie de pifias.
En febrero de 2001, 22 años después, George Bush visitó el rancho de Vicente Fox. Sin la sensibilidad de Carter, Bush inició bombardeos en Irak mientras volaba a México, por primera vez como presidente.
La visita de Obama contrasta con muchas visitas de presidentes de Estados Unidos a México. Dos presidentes que se ciñen al protocolo de manera estricta, una democracia mexicana consolidada por la transición y un Congreso sin mayorías automáticas, pero sobre todo, por el esfuerzo empático de Obama hacia México.
Obama me deja las mismas lecciones, en otra realidad, que me dejaron los textos de Pastor: somos los mexicanos los que nos vemos chiquitos. Soltó frases en español, nos recordó a Paz, a Diego y a Frida, a Sor Juana, nos hizo saber de un destacado investigador de la UNAM que al menos yo no conocía: Rafael Navarro González.
La referencia a Felipe Calderón y a Enrique Peña también nos dice mucho: Estados Unidos trata con un país, México, y no con políticos en específico. No dudo que tras bambalinas haya jaloneos; y siempre se ha permitido que la Embajada de Estados Unidos se apropie del espacio público a 100 metros de Ángel de la Independencia. De cualquier manera, hay que entender ese trato institucional de país a país, de igual a igual.
Tanto México como Estados Unidos podrán tener en el futuro presidentes incapaces de mantener en un lugar adecuado la relación bilateral, como los han tenido en el pasado, pero la relación entre ambos será de las más estrechas en el mundo. Las palabras de Obama gustan precisamente porque rebasan una etapa de empantanamiento en la agenda, en la que el narcotráfico y el debate migratorio nublaron el panorama.
Con una gran visión, Obama mira hacia cinco líneas potenciales de colaboración: inversiones y comercio bilateral, producción conjunta para exportar hacia otras regiones, sustentabilidad, cooperación educativa e innovación, investigación y desarrollo.
Me gusta el nivel de detalle con el que planteó la agenda (esos cinco elementos los pudo haber resumido en tres, por ejemplo) y me queda muy claro el liderazgo que representa Barack Obama fuera de su país. Por mucho tiempo, la retórica de Obama será la referencia en la relación México-Estados Unidos.
Escuchar que un presidente estadunidense diga Every peso that we invest, es reflejo también de un parteaguas. La forma en que México ha resistido la crisis económica internacional coloca al peso como una moneda sólida. No se trata sólo de invertir dólares, también pesos. Eso no era posible antes y ahora nos coloca en mejor posición frente al mundo.
Aunque no hubiera sido creíble en un discurso de Peña el elogio a Hemingway o a Paul Auster, también es claro que la disparidad en los liderazgos de ambos jefes de Estado no es obstáculo para que los equipos estén trabajando en la dirección correcta. Es decir, esta gira fue exitosa no sólo por el tamaño de Obama, sino porque su contraparte es sólida y está a la altura, a diferencia de lo que pasó con Carter frente al gobierno de José López Portillo.