Londres le aplica un exhaustivo mantenimiento a su puerta de emergencia eurofóbica por si se llegara a ofrecer. La amenaza de quedarse atrapados en la Unión Europea se ha convertido en la principal línea discursiva de casi todos los partidos políticos británicos. Salir o no salir de la Unión Europea es la cuestión. Apelando al concierto de cifras económicas, la visión del premier David Cameron tiene un objetivo toral, sacudirse al Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP), que día a día crece gracias a una correlación ideológica, tanto económica como políticamente: mientras la recuperación de la zona euro se retrase, la popularidad del UKIP crece a ritmo acelerado, tanto que podría llegar a eclipsar al partido conservador de David Cameron en su intento de reelección. De ahí que los plebiscitos se tomen como la mejor estrategia de comunicación para cambiar el sentido o rumbo de las opiniones de los electores. ¿Quiere, estimado ciudadano británico, que su país salga de la Unión Europea o que se quede en el club de los 27 países? La semántica del interrogatorio puede resultar un tema secundario. Dos aspectos se convierten en políticamente torales. El primero de ellos es la fecha del plebiscito, pensado por Cameron para el 2017, es decir, para después de las elecciones. Y el segundo elemento tiene que ver con el contexto (actual) de la crisis de los países periféricos de la Unión Europea (Grecia, España, Portugal).

Es importante recalcar la diferencia entre la fecha tentativa del plebiscito y el contexto de la crisis. En el primer caso, el objetivo de Cameron es desdoblar 2013 a 2017 como un lapso generoso para competir hombro a hombro en contra del enfoque eurofóbico y cuasi monotemático del UKIP, y por supuesto, preparar el contenido (también) monotemático (plebiscitario) de las elecciones en Reino Unido. Evitar el trasvase de votos, del partido conservador al UKIP, puede convertirse en la moneda de cambio que le permita a Cameron reelegirse como premier. La otra pista son los argumentos un tanto exógenos para Cameron, en particular, la batalla del modelo económico que confronta a Alemania (junto a los países nórdicos como sus aliados) en contra de Francia y los países periféricos, incluyendo por supuesto a Italia.

Bruno Delaye, embajador de Francia en España (quien también lo fue en México no hace muchos años) respondió a la revista Economía Exterior, en verano pasado, justo cuando el presidente François Hollande asumía la presidencia, lo siguiente: (“¿Cómo conseguirá Hollande agrupar a los países de la Unión Europea en torno a su visión de salida de la crisis con crecimiento, en detrimento de la posición alemana del rigor?): Ya se está haciendo. Se está dando un diálogo intenso con los alemanes, con quienes el gobierno francés habla prácticamente a diario, pero al mismo tiempo, consideramos que Europa no puede reducirse a un directorio franco alemán”. Al calor intenso de la realidad económica en Europa, los escenarios se le distorsionaron al presidente francés: más allá del diálogo con Alemania, el presidente Hollande no ha podido realizar una alianza sólida debido a la inestabilidad política que Italia vivió desde el día en que Mario Monti anunció su salida del gobierno. Si a lo anterior se le agrega el componente español, a través del debilitamiento súbito del presidente Rajoy (casos Bárcenas, Noós -monarquía- y política económica restrictiva en función de la reducción del gasto), Hollande también se debilitó sin poder afianzar sinergias encaminadas a equilibrar el poder de Alemania. El caso Londres, con el ascenso de la eurofobia, también juega en contra de Hollande.

 

El triángulo estratégico europeo (Londres, París, Berlín) se mueve demasiado, tanto que Bruselas (Unión Europea) no logra definir su panorama a mediano plazo. (Continuará)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *