Dos de la tarde. Un golpe seco en la puerta de metal. Reventaron la chapa. Unos vestidos de civil, otros con uniforme, todos armados, cruzaron el patio, empujaron la segunda puerta entreabierta y descubrieron al padre junto con sus dos hijos con la comida en la mesa. Les apuntaron y los sometieron. Revolvieron la casa y nada encontraron. Se equivocaron de puerta.

 

Los agentes de la Procuraduría General de la República (PGR) habían llegado en cuatro camionetas a la calle Norte 27-A en Lindavista. Sin hacer ruido se bajaron y, vestidos con camisa azul y pantalón caqui, portando rifles y pistolas, buscaban a dos presuntos narcotraficantes.

 

Para detenerlos ingresaron por una puerta marcada con el número 64, pero no era la correcta, sino la de junto, donde encontrarían a dos personas, aparentemente colombianos, con armas y droga.

 

Al cierre de esta edición, la sorpresa y miedo de la familia de la casa equivocada, quien nunca vio una orden de cateo, no había terminado, junto con los colombianos se llevaron también al padre y a uno de los hijos, pese a que les explicaron que no tenían nada que ver con sus vecinos. Los agentes sólo atinaron a responder:

 

“Pues hasta cree que no tienen nada que ver, no les creemos así que nos llevamos a todos, de todas formas ya entramos.

 

Y así dos horas después concluyó un operativo que dejo con miedo hasta de los vecinos. En el domicilio no se quedó ni un policía, ni un oficio en la puerta, ni rastro de lo que supuestamente fue un operativo de inteligencia contra la delincuencia organizada en el norte de la Ciudad de México.

 

“Era de este lado pareja”

 

“¡A ver cabrones al suelo!”, escucharon una voz que gritaba.

 

Luis y sus dos hijos fue lo primero que escucharon. Luego vieron acercarse a 12 personas armadas en la estancia de su casa. Sin identificarse como policías, los obligaron a tirarse en el suelo, les pusieron las botas sobre la espalda y les apuntaron con fusiles y pistolas, casi les rozaban la cabeza.

 

Durante los siguientes 10 minutos los agentes subieron al segundo y tercer nivel del inmueble para registrarlo. Abrieron las puertas y cajones de las tres habitaciones, inspeccionaron los closets, le gritaron al padre para que abriera una de las cajas fuertes, luego de que bloquearon otra al intentar abrirla por la fuerza.

 

A su paso rompieron el protector de un teléfono inteligente para llevárselo, junto con otros aparatos. Hasta el botón del horno de microondas destrozaron.

 

Al revisarlo todo, por fin dejaron hablar a uno de los muchachos de apenas 17 años, quien les explicó lo que sus áreas de inteligencia ignoraban: el número 64 no era un solo domicilio, sino dos, con dos puertas  a la calle e independientes, y la que debieron catear era la de lado izquierdo.

 

Para ingresar al domicilio correcto ya no rompieron la puerta. Una señora que renta esa parte de la casa les abrió la puerta a los agentes y, durante una hora, inspeccionaron el lugar.

 

“Pareja era de este lado, estos son colombianos y tienen un chingo de droga ahí en el carro y escondida en ese cuadro, y tienen armas también”, dijo uno de los agentes de la Policía Federal Ministerial.

 

Robados… y detenidos

 

“¿Si ya vieron que se equivocaron porque no nos devuelven nuestras cosas el ipod, el ipad, lo demás que agarraron de la caja fuerte, las cosas?” dijo el padre de familia a los agentes. No hubo respuesta.

 

Una hora después, los agentes le dijeron al señor de la casa equivocada: “venga con nosotros para que vaya a denunciar”, le sujetaron por detrás, al igual que a su hijo mayor, y  los subieron a una camioneta tipo Van, placas 273 XHM, la misma en la que estaban los presuntos narcotraficantes.