En el mundo virtual existen más policías que en el mundo real. Lo intuimos pero en ocasiones actuamos con inocencia. Con obsequiosa voluntad dejamos nuestras huellas en las pantallas visibles y no tan visibles del mundo virtual.

 

El espionaje en tiempos de Wikileaks convierte al caso Watergate en un juego de kermés y a la pedagogía non fiction de la película La vida de los otros, del director Florian Henckel, en un reality show. Y qué decir del legado orwelliano, tan lejos de los neologismos incubados en Google y de la mutación de los poderes (Ignacio Ramonet), donde el poder político ya es subyugado, maltratado y/o manoseado, por los poderes económico y mediático (en ese orden).

 

Al ingresar a la Casa Blanca (2008), el presidente Barack Obama tuvo que asimilar sus tics cotidianos a los protocolos de seguridad. La inercia del hombre iconográfico que durante su campaña electoral había vinculado su talento discursivo con su BlackBerry, fue mutilada por el bien de Estados Unidos y del mundo. En efecto, Obama tenía que desconectarse del mundo virtual, ese mundo tan dicharachero y peligroso simultáneamente post 11 de septiembre de 2001.

 

El fuego y destrucción de las Torres Gemelas reformuló no sólo los protocolos de seguridad sino el siglo estratégico de Estados Unidos. Así lo dejó patente el entonces presidente George W. Bush a través de una especie de Constitución meta global: El Acta Patriota (USA Patriot Act). Bush determinó que en tiempo de fuego, las libertades se tienen que acotar, a pesar de los dictados lúdicos del inmoral Steve Jobs (el dictador de la felicidad). La discriminación ideológica, y lamentablemente racial, tenía que ocupar un lugar importante dentro de la agenda de seguridad de Estados Unidos. Todo lo anterior bajo el ordenamiento del Acta Patriota.

 

Así llegamos a los sucesos de los que nos enteramos al principio de la semana. La agencia de noticias estadunidense Associated Press fue penetrada por organismos del Estado. La filtración de operaciones de antiterrorismo de EU en Yemen molestó al presidente Obama. No quiere réplicas de Bradley Manning y sus ya famosos discos ornamentales de Lady Gaga con los que transportó informes que utilizó Julian Assange para balconearlos a través de Wikileaks.

 

AP dio a conocer el año pasado los resultados de la pesquisa que llevó a la CIA a evitar un ataque terrorista en contra de un avión con destino a Estados Unidos procedente de Yemen. Esta nota se convierte en una hipótesis: espiar a AP para encontrar vínculos de comunicación con el Departamento de Justicia.

 

En una época en la que los bancos y muchas tiendas comerciales conocen y tratan de modificar nuestros hábitos no sólo de compra sino de comportamiento; en la que Facebook se convierte en un atractivo banco de datos para organismos de información, como periódicos, pero también para bandas de criminales; en la que Google puede informar sobre eventos o desgracias personales sin el consentimiento de los protagonistas; en la que YouTube lanza al estrellato a personajes anodinos… el espionaje forma parte del mainstream de la cotidianidad.

 

Eric Holder recibirá agrias críticas del gremio periodístico. El lógico comportamiento de los medios frente al fiscal general se sustenta en la deontología del periodismo pero, sobre todo, en el derecho que protege a la privacidad. Lo único que no ponderan AP y The New York Times, entre otros que han criticado a los brazos que permitieron el espionaje a la agencia de noticias, es que la fuerza del Acta Patriota permanece. Ahora, con Wikileaks de por medio, el Estado muestra el temor de ser exhibido por cualquier ciudadano que tenga conexión a internet.

 

En efecto, es hora de darnos cuenta que el número de policías en el mundo virtual es millones de veces superior al del mundo real.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *