Ante la incertidumbre, la volatilidad es el signo de nuestros tiempos. Eso lo vemos todos los días en los precios de los activos financieros que se cotizan en los mercados globales. Determinar los precios del petróleo, del oro o de las divisas es un dolor de cabeza para los economistas y empresarios, aunque es una gran oportunidad para los traders de los bancos de inversión cuyo negocio es, precisamente, la ganancia vía los diferenciales de precios.

 

En México eso lo sabemos bien. Nuestra historia económica de las últimas tres décadas está llena de periodos de alta volatilidad caracterizados por grandes cantidades de capitales especulativos llegando desde el exterior a nuestros mercados atraídos por suculentas tasas de retorno y ciertas garantías cambiarias para que, a la menor provocación, huyan dejando tras de sí inevitables y nefastas consecuencias para la economía real. Una y otra vez se ha repetido el patrón en México y en otras economías.

 

Hoy, ante la incertidumbre que azota a la economía global, no podemos asegurar que estamos exentos de ese patrón. Sí tenemos condiciones macroeconómicas con mayor fortaleza que en el pasado, pero eso no garantiza que el patrón que siguen los capitales especulativos no se repetirá si las autoridades monetarias y fiscales no toman a tiempo las debidas precauciones.

 

En los últimos dos años, después del estallido de la crisis financiera en Estados Unidos, y al igual que otras economías emergentes, México ha sido un receptor neto de capitales financieros especulativos. Entre agosto de 2009 y agosto de 2011 llegaron al país más de 56 mil millones de dólares (705 mil millones de pesos según las cifras del Banco de México) para comprar deuda del gobierno federal especialmente de largo plazo. En ese lapso el saldo de los bonos públicos en manos de extranjeros creció 246 por ciento.

 

Si bien es cierto que la liquidez mundial inundó los mercados financieros globales, en esencia la razón de la ‘atracción mexicana’ es la misma del pasado: Una tasa de retorno muy atractiva en instrumentos de largo plazo en términos de dólares con ‘ciertas garantías’ de una paridad cambiaria estable.

 

Como podrá inferirse, el horizonte en el manejo de la política cambiaria local juega un papel central para estos capitales. Con la abundancia de dólares encima el banco central mexicano –como lo hemos dicho aquí- ‘atajó’ la revaluación del peso tanto a través del mecanismo de subasta -con el que ha retirado del mercado poco más 5 mil 600 millones de dólares en promedio anual- como con las compras de dólares ‘en directo’ a Pemex por un monto aproximado de 10 mil millones de dólares anuales. En suma, la estrategia cambiaria del banco central ha neutralizado más de 15 mil millones de dólares al año aumentando el atractivo para la inversión de los extranjeros en bonos del gobierno que, de por sí, ofrecen tasas altamente competitivas.

 

Así se explica el ‘atractivo mexicano’.

 

La zozobra de Grecia y Europa durante septiembre pasado provocó lo que ya conocemos: una salida de capitales especulativos en bonos del gobierno federal por 8 mil 690 millones de dólares para dejar el saldo a finales de septiembre en 71 mil 630 millones de dólares y con un peso devaluado que cerró septiembre en 13.80 unidades por dólar, en una muestra más de los estragos de la volatilidad.

 

Alentar el ‘atractivo mexicano’ no solo es caro, puede ser peligroso.

 

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