La  Responsabilidad Social Empresarial (RSE) nunca ha sido una idea de peso en Apple. Todo se remonta a la naturaleza narcisista de su finado creador, Steve Jobs, a quien nunca le importó destacar en los rubros que componen a la RSE (bienestar de los trabajadores, vinculación con la comunidad, sustentabilidad, gobernanza y ética en la toma de decisiones). Para Jobs, el triunfo tecnológico representado por su compañía ya era en sí mismo una fuerza de cambio positiva para el planeta. ¿Para qué molestarse en programas filantrópicos o de vinculación social cuando has capturado la imaginación del mundo?

 

De hecho, la administración de Jobs incurrió en por lo menos dos faltas graves vinculadas a la RSE: uno, desestimó los reportes de que varias fábricas proveedoras de partes para el iPhone sometían a sus trabajadores a condiciones de trabajo esclavistas en China, lo que redundó en la muerte de varios obreros (ver el reportaje 1 Million Workers. 90 Million iPhones. 17 Suicides. Who’s to Blame?, en el número de febrero de 2011 de la revista Wired); dos, mantuvo a los accionistas y stakeholders de su compañía en la oscuridad total sobre el estado de su enfermedad, algo en contra de los estándares de gobernanza de toda empresa que aspire a ser algo más que el patrimonio de su dueño.

 

Sería un exceso señalar a Jobs como “socialmente irresponsable” por estas omisiones; finalmente, bajo su gestión, Apple cumplió en lo general con los deberes básicos de una corporación. Lo cierto, sin embargo, es que el brillo de su genialidad propició que la opinión pública pasara por alto su falta de entusiasmo en la materia. Tim Cook, el actual CEO de Apple, no goza del mismo crédito mediático. Por el contrario, a Cook le ha tocado lidiar con un ambiente de alta presión caracterizado por una competencia intensa y la percepción creciente de que los días de “innovación salvaje” de la compañía terminaron con Steve. El brillo de Apple enfrentó un nuevo desafío la semana pasada: en el marco de una audiencia en el Congreso estadunidense, la empresa fue blanco de varios cuestionamientos en el sentido de que ha fabricado un sofisticado andamiaje para evadir el pago de impuestos. Palabras más, palabras menos, legisladores como John McCain acusan a Apple de crear razones sociales en países ávidos de inversión (como Irlanda) a cambio de no pagar gravámenes, a la vez que recurren a estratagemas para no contribuir al fisco estadunidense. Cook no negó las acusaciones, aunque subrayó que la conducta de su corporación nunca ha sido ilegal ni malintencionada. Casi en sincronía, Apple informó que dejará de depender por completo de generadores que utilizan insumos fósiles: 25% de su consumo de energía es provisto por centrales eólicas o geotérmicas, 75% restante estará cubierto por la finalización de una nueva granja solar en Carolina del Norte. El contraste entre ambas noticias sirve para ilustrar las contradicciones de Apple en torno a la RSE. ¿De qué sirve que destaque en sustentabilidad si recurre a artimañas para incumplir con la obligación básica que la vincula con el bienestar de su país de origen: el pago de impuestos? No faltará quien argumente que vivimos en un mundo casi sin fronteras, donde los esquemas fiscales deben ser repensados en función de la innovación y riqueza que genere una empresa. Para ellos, va una idea en verdad trasgresora: quizá el mundo necesite más de organizaciones genuinamente vinculadas con su comunidad que nuevas versiones del iPhone y el iPad.

 

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