A la jerarquía católica mexicana no le ha caído el veinte. No luego de que han transcurrido más de 100 días del pontificado del Papa Francisco y las señales que éste ha enviado a todo el mundo católico respecto de los cambios que le quiere imprimir al apostolado y a la función de la iglesia como institución cristiana y, por lo mismo, social.

 

El cardenal Norberto Rivera Carrera y los mandamases del clero mexicano miran hacia otro lado cuando se les recuerda que una regla básica de este nuevo tiempo para los sacerdotes de todo el mundo es la de la humildad, la pobreza y el trabajo a pie y, si se puede, descalzos.

 

Jorge Mario Bergoglio comenzó su gestión con el mensaje: “Una iglesia pobre y de los pobres”.

 

Pero eso no les dice nada aquí. Ni siquiera porque en este país la opulencia de la jerarquía religiosa convive con 52 millones de mexicanos en pobreza, 15 millones de ellos no tienen ni para hoy ni para mañana y a los que casi se les va el ¡Jesús! de la boca o los 2.7 millones de desempleados o los 27 millones de mexicanos que están “en la informalidad”, o sea, desempleados también.

 

El Pontífice que llegó en marzo 13 con el estigma de haber sido amigo del dictador argentino Jorge Videla y de no haber hecho nada a favor de dos curas detenidos y maltratados físicamente por la dictadura de su país, pronto hizo un control de crisis y ahora está a partir de un piñón con los católicos del mundo. Controló, al mismo tiempo, la animadversión que los medios de comunicación tenían hacia Benedicto XVI: llevó a cabo aquella primera conferencia con la prensa internacional en la que dio detalles de su elección y cayó bien cuando el 7 de junio declaró con toda ingenuidad que “yo no quería ser Papa”.

 

Pero hasta ahora nada de esto hace cambiar a los jefes católicos mexicanos, ni siquiera los detalles del uso de los zapatos negros gastados en lugar de las zapatillas rojas del pescador, ni la sencilla cruz de plata que cambió por la de oro, ni su deseo de no vivir en la opulencia vaticana. Mucho menos quieren recordar que hace unas semanas Francisco dijo que “San Pedro no tenía cuentas bancarias” y que “Jesús nació y murió pobre; que no es un ogro con pasajes al infierno sino un amigo siempre dispuesto a echar la mano”.

 

Pues si hasta ahora no les ha caído ese veinte, ya pronto habrá de caerles porque la revisión y limpia de los estados financieros del Vaticano alcanzarán al clero mexicano en muy corto plazo. Eso es lo que dicen allá los integrantes del equipo de los cinco miembros que habrán de investigar y reformar al Instituto para las Obras de la Religión (IOR- Banco del Vaticano) de tan mala fama. El anunció ocurrió apenas el 24 de junio, el mero día de San Juan.

 

Luego vendrá otra comisión para la reforma de la curia, que comenzará a trabajar en octubre y estará integrada por cinco miembros que ya preparan los documentos papales.

 

Van a echar un ojo a las cuentas de las congregaciones más mal averiguadas, como es el caso de la mexicana. No sólo por el descuido con el que se manejó el tema del cura Marcial Maciel y el enriquecimiento extraordinario de su institución: los Legionarios de Cristo, sino también porque marcaron con rojo el folio del expediente de recibir dinero non sancto.

 

Por ejemplo: Hace tiempo el arzobispo Ramón Godínez, de Aguascalientes, a la pregunta del origen de algunas donaciones de procedencia dudosa: “Si tienen dinero ellos tienen que gastarlo. Nosotros no investigamos de dónde viene el dinero; nosotros vivimos de las donaciones. Si es dinero mal habido, la Iglesia puede limpiarlo”, aunque luego dijo que no lo dijo.

 

El clero mexicano recibe mucho dinero. Por todos lados: Ya como donaciones, apoyos, regalos, limosnas, abrazos y besos. Y a nadie da cuenta de todo esto. No paga impuestos por estos ingresos o bienes. Y aunque se ha insistido en que deben hacerlo han encontrado apoyos para que no sea.

 

Las cifras las conocen ellos y sólo ellos: Secreto-secretísimo. Y no se sabrá. Pero lo hay, y mucho. Nunca hablan de esos ingresos y en qué los gastan: En los pobres no, que si fuera así, seguramente no habrían esos 52 millones de mexicanos con el ¡Jesús! en la boca hoy mismo.

 

De hecho, hay un gran contraste entre esa jerarquía católica mexicana y su opulencia y el cura de a pie que vive de cobrar bendiciones y de pedir por nosotros. Lo dijo Alejandro Solalinde, el sacerdote defensor de los migrantes centroamericanos al referirse a la jerarquía católica mexicana: “No es fiel a Jesús, sino al poder y al dinero”.

 

Muy pronto comenzará el 2 + 2 de los recursos del Episcopado Mexicano. ¿Cambiarán sus casas en Las Lomas de Chapultepec por una en la Gustavo A. Madero? “Las cuentas claras, y el chocolate sin churros espeso”. Ya veremos qué dice Francisco de todo lo que encuentre aquí. Y cómo lo explica don Norberto.