El mes de junio se considera en diversas partes del mundo el Mes del Orgullo Gay. Esto después de que, en 1969, la comunidad homosexual neoyorquina se manifestara ante la brutalidad policiaca en una celebración en honor a Judy Garland.

 

El orgullo gay, no obstante, se ha convertido en un vehículo poderoso de referencia comercial y política. Desde hace tiempo, marcas y movimientos políticos han tratado de cooptar a ese sector social por diversos métodos.

 

Marchas como la del sábado pasado son un ejemplo claro. Antros y marcas desfilan en amplios coches alegóricos y patrocinan a cantantes que, de no ser por esa audiencia, seguramente se habrían retirado tiempo atrás –ejemplo claro es Gloria Trevi y Fey. La primera, tras el descrédito monumental de su paso por la cárcel y su colusión con una banda de pederastas, usó al sector homosexual para reincorporase por la puerta trasera al mainstream.

 

Y ese apetitoso bocado que es la comunidad gay durante años fue desdeñado por los políticos que, acostumbrados a preservar los valores de una sociedad conservadora –hipócrita, pero conservadora– preferían no arriesgar el voto seguro de señoras copetonas y señores tipo Susanito Peñafiel.

 

Las cosas han cambiado en el último lustro empujado por el cambio económico.

 

Luego de la crisis económica del 2008, el mercado se deprimió. Casas, coches y viajes se perdieron en amplios sectores sociales…a excepción de uno.

 

Al no tener hijos, tener –muchos de ellos– un ingreso doble como pareja y no sacrificar su estilo de vida que, al final, es su marca de trascendencia dentro de una sociedad de estereotipos, los homosexuales comenzaron a mover una economía deprimida que, sin su ayuda, hubiera tenido una recuperación más complicada.

 

Asimismo, el matrimonio universal se convirtió en un punto de inflexión entre un pensamiento cerrado –y al que muchos culpaban de la debacle económica– y uno liberal.

 

Políticos como Obama encontraron el ese sector una beta poco explotada, pero muy jugosa para marcar una línea divisoria ante sus enemigos ideológicos.

 

No obstante, hay una trampa en todo esto.

 

La semana pasada, medios y organizaciones LGBTTT cantaron victoria ante la decisión de la Suprema Corte de los Estados Unidos de desechar la Defense of Marriage Act, ley que admitía privilegios fiscales y de beneficios sociales sólo a parejas constituidas por un hombre y una mujer. Las organizaciones gays gringas festejaron a lo grande y hasta Barack Obama se subió gustoso.

 

La lucha de derechos civiles no debiera de ser por añadidura de un grupo, sino por derecho de todos. Las minorías no debieran de tratarse como subgrupo, eso habla de lo poco evolucionado que somos como sociedad.

 

El fallo de la semana pasada debiera enorgullecer a todos y hacer una reflexión sobre cómo aún nos falta entender que la lucha es por la igualdad de todos, los derechos de todos para evitar que, al sectorizar, un día le toque a nuestro clan.

 

No se le hace un favor a la comunidad homosexual, no es una victoria de los activistas. Debemos de verlo como un paso más de la colectividad a superar la tolerancia y entrar a la aceptación, de salir de la hipocresía y vernos en el espejo como lo que somos: una sociedad con tabúes pero con espíritu para superarlos.

 

El día que dejemos de ser mustios y entendernos como un todo, la movilización por un bienestar común no necesitará de marchas y, menos, de artistas y activistas advenedizos.

 

Así traigan el pelo suelto.