El silencio también es un lenguaje. ¿Para qué llenar con palabras el ambiente si la propia atmósfera apela a la inteligencia de la realidad? Pregunta absurda que un griego clásico se haría si viviera la plenitud de su lucidez en 2013.

 

Mariano Rajoy decidió retirarse de la vida pública el día en que el Partido Popular (PP), su partido, obtuvo la mayoría absoluta en las elecciones generales celebradas el 20 de noviembre de 2011; el presidente decidió ausentarse del Congreso para no caer en provocaciones de un partido aplastado por el tiempo (PSOE). En efecto, Alfredo Pérez Rubalcaba (líder de los socialistas) se encargó de pagar la factura heredada por su amigo de partido, el entonces presidente Zapatero. Si se permite la expresión, Rubalcaba fue momificado, o si se prefiere, cosificado, por la mala conducción de la economía  del otrora político con talante de Bambi. Con este contexto, Rajoy decidió perpetuar la fiesta de la mayoría absoluta para concentrarse en el único tema que valía la pena atender: la economía.

 

Frente a seis millones de desempleados y la suma de trimestres infartados por la recesión, Rajoy cerró la puerta de la Moncloa entregando únicamente tres copias de la llave. La toika fue la única que pudo entrar. Tres llaves a tres instituciones encargadas de hacer flotar a España: la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional.

 

No se puede gobernar dejando a un lado a la política. Inconsistencias que obsequia la soberbia, repito, que otorga la mayoría absoluta. Felipe González y José María Aznar también cayeron en la trampa. Rajoy no aprendió de ellos. Dejar a un lado a la política significó el abandono de su responsabilidad para atender casos como el trasvase de independentismo catalán a través del partido gobernante, Convèrgencia i Unió; un binomio de socios nacionalistas pero no independentistas. Artur Mas (presidente) aglutinó el desdén proveniente de la Moncloa. Así, el 11 de septiembre se convirtió en el preámbulo de las elecciones adelantadas. Mas convocó pensando que arrasaría pero se equivocó. Sus propuestas nacionalistas no calmaron a quienes pedían más; el coro pidió independentismo. De ahí que el partido Esquerra Republicana ascendiera al poder condicionando a Artur Mas: o referéndum independentista o serás oposición. Rajoy volteó hacia Lisboa dejando a sus espaldas a Cataluña.

 

Rajoy también se distanció de los medios de comunicación, inclusive, de aquellos que en alguna época lo arroparon. El periódico El Mundo es uno de ellos; qué decir de Federico Jiménez Losantos, un guerrillero siempre pueril.

 

Por la cabeza de Rajoy nunca pasó el escenario del ya popular fuego amigo. De un lío de bar de barrio en Valencia (trajes de buena percha en agradecimiento de la concesión de contratos) se llegó a una contabilidad obscura del PP; de la entropía global todo se espera.

 

Los escenarios para Mariano Rajoy son los siguientes:

 

1. Negarlo todo. Luis Bárcenas reconoció el pasado lunes que mintió al señalar que las anotaciones (a mano) de la contabilidad B no eran de su autoría. Si el delincuente reconoce que mintió, no hay necesidad de otorgarle crédito moral.

 

2. Volver a negar las acusaciones, gracias a que los delitos fiscales y de cohecho que se sustentan en los documentos presentados por Bárcenas ya prescribieron.

 

3. Negar nuevamente que recibió 50 mil euros (no asentados en los documentos). Bárcenas no entregó pruebas.

 

4. Otra vez negarlo. Si la mayoría absoluta es lo único que cuenta, poco importa lo que diga la oposición en el Congreso. El PSOE, según Rajoy, no cuenta con elementos de ética política.

 

5. Finalmente, negarlo nuevamente. Hasta hace cuatro semanas, la popularidad de Rajoy fluctuaba en un rango reprobatorio entre 20% y 30% de la población. Ahora, poco importa si sólo uno de cada 10 españoles lo apoya. Ya lo dijo el lunes: “Voy a cumplir mi mandato, España es una democracia seria (…) Un presidente no puede salir al paso de todos los rumores que se publican”.

 

Que así no sea.

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