Las secciones internacionales de los periódicos hacen las veces del platillo odiado por los niños: el hígado. La leve referencia del nutritivo platillo despierta la repugnancia por el “mal sabor de boca”. Ni modo. Como dijo la filósofa de la televisión: aquí nos tocó vivir.
La cultura global, en particular el fenómeno de la transcultura (asimilación a la máxima potencia de los rasgos locales), trasciende a lo que se medio entiende por globalización. Así lo demuestran modelos políticos como la Unión Europea, que gracias a programas de intercambio de estudiantes, como Erasmus, logran esbozar una arquitectura de cohabitación étnica sin parangón alguno.
Sin embargo, el grado de transcultura de país a país varía significativamente. Para tangibilizar la cultura global del mexicano, vale la pena revisar los resultados del estudio realizado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).
De antemano, no debe de sorprender que los asuntos locales nos provoquen vértigo, lo suficientemente protagónico para que el perfil internacionalista sea chato, es decir, limitado.
Pregunta el CIDE a la población en el marco de una encuesta: Cuando sigue las noticias, ¿qué tanto le interesan las noticias sobre las relaciones de México con otros países? Las respuestas de 42% de los ciudadanos oscilan entre nada y poco. Doblemente sorpresiva la cifra si la comparamos con el interés que despiertan las noticias sobre la situación social y política de México: 38% de las respuestas también oscilan entre nada y poco. En realidad cuatro puntos porcentuales no son demasiados. Es inevitable que a la cabeza llegue la idea de los estratos de interés por la información: a los que componen el círculo verde no les interesa consumir, pero sobre todo reflexionar información, mientras que para los que habitan el círculo rojo, la información y análisis pueden convertirse en obsesión.
La tecnología ha trabajado por nosotros. Nos ha metido al mundo a nuestra casa gracias a la mutación de las sensaciones virtuales. Es real la información que nos llega en tiempo real. Sí, así de redundante se ha vuelto nuestra vida. Pero al parecer, la cultura global no sólo se alimenta de sensaciones mediáticas sino de experiencias reales motivadas, en muchas ocasiones, por el nivel de educación y, lamentablemente, por el nivel de ingreso.
Solo uno de cada cinco mexicanos ha viajado fuera de México; 76% no lo ha hecho. De los que han viajado, 88% lo han hecho hacia Estados Unidos; Alemania, España, Guatemala y Cuba se asoman con rubor. El 65% de quienes han viajado al exterior lo han hecho bajo mandato laboral, en donde el placer no es motivo primigenio del conocimiento.
La FIFA es uno de los acrónimos que saben desdoblar los mexicanos. El 51% de la población sabe que se trata de la Federación Internacional de Futbol Asociación; el nivel de conocimiento sólo es superado por la ONU (58%). Uno de los mejores ejemplos que demuestran la obsesión que tiene el mexicano por manejar palabras cuyo significado desconoce es el acrónimo del Fondo Monetario Internacional, FMI: 68% de la población no logró escribir las palabras que lo componen y 19% lo hizo de manera incorrecta.
Entre las coordenadas internacionales de coyuntura durante 2012, se encontraron el euro (por la crisis); el presidente de Estados Unidos (porque hubo elecciones) y la presidencia del G20 (porque la ocupó México). Pues bien, 57% de la población no supo o mencionó incorrectamente el nombre de la moneda europea; 29% no supo o mencionó incorrectamente el nombre de Barack Obama, y 92% de la población no supo o mencionó incorrectamente el nombre del país que presidió al G20 durante 2012.
Importantísimo esfuerzo el que hace el departamento de Estudios Internacionales del CIDE año con año. La conclusión es clara: tener al mundo en nuestra casa no es condición suficiente para adentrarnos a la cultura global. El nacionalismo resulta polisémico: obsesión por rechazar lo no mexicano. El tema amerita un análisis que haré en otra entrega.