Hacia la segunda mitad del siglo XX, México comenzó a tener varias ciudades expandidas hacia los municipios vecinos e incluso hacia los estados contiguos. El caso más emblemático, por supuesto, es la Ciudad de México, que a partir de una disposición gubernamental del regente Ernesto Uruchurtu, que prohibía nuevos asentamientos en el Distrito Federal, se volcó hacia los suburbios mexiquenses.
El marco legal para las zonas metropolitanas es débil, la Constitución no se ocupa ni de la ciudad ni de la metrópoli. Municipios conurbados no están obligados a coordinarse, ni siquiera a reunirse. Algunos estados llegan a desarrollar instancias metropolitanas si los límites de la ciudad no se desbordan a otro estado, ese es tal vez el caso de Guadalajara, pero ya sería imposible para Puebla o Torreón.
Con datos del Censo de 2010, el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática determina que existen 59 zonas metropolitanas en las que habita más de la mitad de la población, 64 millones de habitantes. Este dato es contundente y la Federación ha tomado cartas en el asunto: creó la subsecretaría de lo metropolitano. Miento. Ironizo. El problema está completamente ignorado por el gobierno federal, mientras estados y municipios hacen poco para la coordinación metropolitana.
Una excepción es la Comisión Ambiental Metropolitana para la Zona Metropolitana del Valle de México. Sus resultados son positivos, es el ejemplo más exitoso de coordinación. Gracias a la coordinación metropolitana en esta materia (instituciones precursoras de la CAM) existe una verificación vehicular estricta, el Hoy no circula y la red de monitoreo, lo que ha traído como consecuencia una disminución de la contaminación en las últimas dos décadas. El ejemplo de la CAM se basa en un hecho fundamental: la cuenca es vista como una sola, un solo aire para todos.
En años recientes, el mayor esfuerzo ha sido el Fondo Metropolitano en 2006. Un fondo destinado a proyectos metropolitanos de infraestructura. Este fondo es espejo de la falta de planeación metropolitana: el dinero se ha ido a vialidad en todas las metrópolis beneficiarias. El destino más frecuente de los recursos ha sido la infraestructura para el automóvil.
Tengo la sensación de que si mañana se publicara un decreto que fuerce a las autoridades a establecer políticas metropolitanas, nadie sabría qué hacer. El concepto de coordinación metropolitana es tan débil que entre los garbanzos de a libra de “coordinación” entre autoridades surgen nombres ridículos que evidencian justo la falta de coordinación: Distribuidor Vial La Concordia.
Coordinación metropolitana significa, desde mi perspectiva, dos cosas. En primer lugar, que en el futuro, vivir en el centro de la metrópoli o en la periferia sea distinto, pero no mejor o peor. Y en segundo lugar, que las acciones de municipios, delegaciones, estados o Distrito Federal se coordinen, de tal suerte que la metrópoli sea vista como un solo conjunto y no como dos bloques de “ciudad” y “su zona conurbada”.
Coordinación metropolitana no debe ser como conectar un tubo a una aspiradora. Los municipios conurbados no son accesorios. Ver a la ciudad como un conjunto no sólo incluye temas como agua o transporte, en realidad deberíamos llegar a niveles de detalle tales como dar a los niños metropolitanos la visión de conjunto o articular la ubicación de clínicas y hospitales con un solo mapa en cada ciudad y no con dos o más.
México necesita discutir lo metropolitano y que el gobierno federal dé a este tema la importancia que merece. No hacerlo es dar la espalda a más de la mitad de la población. Y entendamos, no es crear un fondo metropolitano o financiar puentes que conecten fronteras, es tener acciones que atiendan no sólo las problemáticas fronterizas sino las del todo metropolitano e igualen el grado de desarrollo.