Se generan en todo el mundo, cada vez son más frecuentes y suman a decenas de miles de personas: son las revueltas o manifestaciones de protesta que expresan el rechazo contra las políticas gubernamentales o legislativas que lesionan el pacto del Estado con su sociedad.

 

La intensidad y duración de esas protestas depende del funcionamiento del sistema político y qué tan afinado tiene su aparato de seguridad, ya sea para atenderlas y desactivar la causa de la inconformidad o para reprimirlas.

 

Del lado de la sociedad están ciudadanos cada vez más formados académica y políticamente, con acceso a las redes sociales que demandan a sus gobiernos y parlamentos mejores niveles de bienestar.

 

Un sector de la sociedad, como el de los afroamericanos en Estados Unidos, sigue exigiendo el derecho a la igualdad, como ocurrió con los miles que marcharon en más de 100 ciudades de aquel país en protesta por el veredicto de “no culpable” para el guardia vecinal George Zimmerman por la muerte a disparos del adolescente Trayvon Martin.

 

En tanto, a fines de mayo unos 50 vecinos del Parque Taskim Gozi en Estambul, Turquía protestaron porque el gobierno decidió construir ahí un centro comercial y reconstruir el antiguo cuartel militar. Los vecinos querían conservar una zona verde histórica y ante la cerrazón gubernamental esa zona se convirtió en epicentro de una demanda que más tarde evolucionó hasta exigir más democratización del gobierno del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, acusado de “autoritario”.

 

El exceso de la fuerza pública para desactivar las marchas en Turquía encendió los ánimos de decenas de miles de manifestantes y alertó a la Unión Europea, que amenazó con imponer sanciones al país. Ante la violencia policíaca, la sociedad turca inauguró una forma ingeniosa de protestar: detenían su camino de improviso en una plaza pública y así llamaban la atención de los otros peatones; miles recurrieron a esa medida. Anonymus hackeó más de 150 sitios oficiales. El gobierno reabrió el parque y lo cerró horas después, alegando que los visitantes llevaban pancartas antigubernamentales y se habían sentado en el pasto. Hasta ahora persiste la confrontación.

 

Mientras el mundo seguía a Turquía la imagen de miles de brasileños manifestándose asaltó la atención global. El detonador fue el alza en el transporte y los reclamos se mantuvieron hasta el 24 de junio, cuando se anunció que las ciudades de Porto Alegre, Recibe, Cuiabá y Joao Pessoa reducían la tarifa de autobús, metro y tren. Una vez alcanzado ese logro, los brasileños pasaron a la segunda fase de su movimiento: plantear denuncias políticas como la petición de rendición de cuentas sobre los exagerados costos derivados de los grandes eventos deportivos que el país celebra este y el próximo año. También reclamaron la tolerancia sobre los casos de corrupción, más inversión en servicios de salud, educación de mejor calidad y, finalmente, el fin de la represión policial. En una apurada sesión, el Congreso brasileño –la institución más devaluada- aprobó que las regalías del petróleo financien mejores programas sociales. El problema, dice el ministro de Hacienda, es que no hay recursos suficientes. Pero eso, no lo han discutido los ciudadanos.

 

La ha precarización de Egipto no acabó con la renuncia de Hosni Mubarak o con la llegada de Mohamed Mursi, el primer presidente electo en toda la historia independiente de ese país y apoyado por la Hermandad Musulmana. A un año de asumir el cargo, resurgió la inconformidad entre quienes vieron cancelada la oportunidad de un real cambio político y social al confirmar que Mursi aumentó la deuda pública, se convirtió en el primer importador de trigo y no cumplió con incluir en la constitución derechos de las mujeres y otros sectores. Volvió el mismo escenario que en 2011 y la Plaza Tahir volvió a ser el centro de reunión de los descontentos que, atestiguaron cómo el 3 de julio el ejército desalojó a Mursi del gobierno. La confrontación persiste.

 

¿Otro 68?

 

Si existe un año que sintetice el siglo XX ese fue 1968. En su coyuntura se encuentran varias claves del siglo: en mayo, los estudiantes franceses, “hijos de la burguesía” como los llama Ricardo Ribera, se lanzaron a protestar contra el sistema con lemas como: “La imaginación al poder” o “Prohibido prohibir”. Al mismo tiempo, se vivía la llamada Primavera de Praga, el 2 de octubre en México y las protestas en EU contra la guerra en Vietnam. En contraste, en 2013, si bien no existe la bipolaridad global, el mundo capitalista está en crisis y se inaugura con el anuncio de más sacrificios financieros en Grecia, el récord de desempleo en la Unión Europea, la renuncia del primer Papa en 598 años (el anterior fue Gregorio XII, en 1415) y la segunda presidencia de Barack Obama.

 

Hasta ahora, además de buscar mejor salario, reducción de la pobreza y más equidad, las protestas exigen más transparencia en la administración y el fin de la corrupción. La difusión de los mensajes de los manifestantes y de los escándalos de corrupción se vale en 2013 de las nuevas tecnologías de la información; en 1968 esos canales de expresión apenas se construían. Tal vez no sea el 2013 un 1968, pero sí puede ser el año del escrutinio global de la clase política.