La nacionalidad es un dado lanzado por una mano denominada azar; uno de los pocos berrinches del determinismo en contra del ser humano. Antonio La Volpe fue insultado por muchos aficionados por ser argentino. De haber nacido en Uruguay, es probable que su figura no hubiese atraído tantos insultos. Moraleja, los estereotipos nos coaccionan; tortura soft para obligarnos a ser hablados, a ser pensados.
De ahí el interés de revisar el estudio México, las Américas y el mundo 2012-2013, realizado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). La encuesta revela que los mexicanos asociamos a la palabra nacionalismo con el respeto a los símbolos patrios, defensa del país en caso de guerra, apoyar a la selección nacional, pagar impuestos, preferir música y películas mexicanas sobre las extranjeras, no comprar productos extranjeros y oponerse a Estados Unidos.
La apreciación estética subyugada a lo Hecho en México no es otro estadio que el deseo por el desconocimiento; un muro construido ex profeso para rechazar las contribuciones artísticas universales. El cine mexicano de ficheras tuvo su resplandor durante la década de los 70, y quizá en menor medida en los 80. Me imagino que para el nacionalista mexicano, resultaba una decisión óptima elegir películas como El rey de las ficheras, dirigida por Víctor Manuel Castro sobre Masculin, Féminin, de Jean-Luc Godard.
La teoría de la racionalidad de las decisiones se contrapone al nacionalismo que encumbra al equipo Chivas de Guadalajara como el único en el que juegan puros mexicanos. La curva de decisiones óptimas apunta a una visión cosmopolita del futbol para, ahora sí, apreciar el juego del Barcelona en épocas de Guardiola.
La oposición hacia Estados Unidos es otro de los rasgos del nacionalismo mexicano. Sin embargo, el estudio del CIDE revela que uno de cada 10 mexicanos, si no lo fuera, optaría por la nacionalidad estadunidense. Si Google o Apple se convirtieran en países, destacarían entre los más poblados. Segundo a segundo, sus ciudadanos les agradecerían por la información y diversión incluidas en sus respectivas constituciones. Los estereotipos extrapolan; así, las decisiones del presidente Bush sobre la guerra en Irak eclipsaron la imagen de todo un país. La medición tendría que aplicársele a Lady Gaga o a Justin Bieber, pero también al automovilista que no respeta el semáforo de la esquina o al individuo que insulta al peatón de enfrente.
Entre la demografía infantil japonesa existen quienes piensan que la nacionalidad de Mickey Mouse es japonesa. A Disney no le interesa vincular a sus personajes con la nacionalidad estadunidense. Si lo hiciera, no optimizaría su negocio. Lo mejor es tropicalizar sus estrategias. Así, año con año inventa personajes con diversos rasgos étnicos (globalocaliza su negocio).
El nacionalismo, al parecer, es la vacuna más eficiente en contra del solipsismo: soledad apabullante del ser humano que nació bajo el rasgo gregario. Pero, ¿por qué la molestia por lo no mexicano? Uno de cada tres mexicanos es nacionalista cultural al considerar que es malo que ideas y costumbres de otros países se difundan en México, revela el estudio del CIDE. La tendencia, por fortuna, indica que cada vez más (50%), los mexicanos califican como buena la exposición a otros modos de pensar. Algo más, la idea inconsciente de romper con el etnocentrismo va calando lentamente. El 48% de la población mexicana considera que México es un país más latinoamericano que norteamericano, mientras que para 35% de la población, México es un país más norteamericano que latinoamericano.
En medio del debate sobre los nacionalismos, lo único cierto es que un componente del odio se alimenta de pasaportes, y racionalmente, no lo queremos aceptar.