El embajador se había quitado el saco diplomático para manifestar su molestia con el gobierno mexicano: “En Colombia es más fácil que un miembro de las FARC obtenga una visa para (viajar a) México, que un empresario o estudiante”. Cuando regresó al saco diplomático lo único a que le dio tiempo fue recoger su valija y regresar a su país, Colombia.
Es febrero de 2004. Luis Ignacio Guzmán Ramírez no había solicitado al gobierno del presidente Fox a través del canciller mexicano, Luis Ernesto Derbez, lo imposible. Lo único que le pidió fue que reconociera a las FARC como un grupo terrorista y no como un movimiento subversivo.
Dos años antes, la Unión Europea incluyó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la lista de grupos terroristas. Es en ese año 2002 cuando Álvaro Uribe asume la presidencia de Colombia y las FARC encuentran un punto de inflexión en su mutación ideológica: al ser acorralados, sus miembros se lanzan a los brazos de Hugo Chávez. Así se inaugura la transición de las FARC, del eje colombiano pasan a la revolución bolivariana.
También en 2002, abril 11, Hugo Chávez sufre un golpe de Estado. Jorge Castañeda, entonces canciller mexicano, tardó muchas horas en reconocerlo. Chávez no lo olvidó. Envió a Vladimir Villegas, como embajador. Reconocido como estratega de espionaje, colocó a Livia Acosta como agregada cultural. Acosta, hasta hace unos días cónsul de Venezuela en Miami, fue expulsada por el gobierno de Obama por haber coordinado, entre 2006 y 2008 y desde México, un guión cibernético en contra de Estados Unidos así como de inventar un expediente negativo en contra de Hillary Clinton y John McCain.
Para reclutar a hackers universitarios, Livia Acosta le encargó a Francisco Guerrero Lutterroth la misión. Uno de ellos, Juan Carlos Muñoz Ledo los denunció. El profesor de asignatura, Guerrero Lutterroth gestionó por muchos años una gasolinera muy cerca de la casa de Luis Echeverría, en el barrio de San Jerónimo. Trabajó para la Facultad de Ingeniería de la UNAM y fundó varias organizaciones de maestros como, por ejemplo, la Convergencia Académica por la Democratización de la UNAM (CADU) y fue representante electo por los profesores de la Facultad en donde fue vicepresidente de la misma. Participó como fundador en la revista universitaria Territorio de Libre Opinión. Murió el 22 de febrero de 2008.
De manera paralela, es decir, en marzo de 2008, el Partido del Trabajo, de Alberto Anaya, organizó un coctel ideológico en la Ciudad de México. Los invitados: representantes de las FARC. Los vértices de los protagonistas tienen nombres y apellidos. No había casualidades en la organización del evento.
El nombre de la estudiante universitaria Lucía Morett salió del anonimato el día en que el presidente Uribe decidió atacar un campamento de las FARC ubicado en territorio ecuatoriano el primer día de marzo de 2008. En el ataque murió el número dos de las FARC, Raúl Reyes, pero sus computadoras sobrevivieron para darle a Uribe la ruta crítica de la desarticulación de la cúpula del grupo terrorista.
Entre muchos defensores de Lucía Morett sobresalieron dos: Raquel Sosa, secretaria de López Obrador, y el silencio de la UNAM en la persona del rector José Narro.
El mito de la diplomacia
La firma de la paz salvadoreña, durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, en el Castillo de Chapultepec, el 16 de enero de 1992, reforzó la imagen presuntuosa y mítica, de que en épocas del PRI, México tuvo una diplomacia arquetípica. El propio presidente Salinas permitió que las FARC abrieran oficinas en Diagonal San Antonio 927, en la ciudad de México confiado, quizás, en firmar la paz colombiana para presumir sus rasgos de líder internacional.
La huelga de la UNAM de 1999 movió a su propio basamento institucional, lo debilitó. Lo supo De la Fuente cuando sustituyó a Francisco Barnés de Castro. La reforma de la UNAM no pasó, la huelga sí.
Adolfo Orive, (quien al regresar del París del 68, donde fue discípulo del marxista Charles Bettheleim, se convirtió en una especie de tutor de Carlos Salinas de Gortari, de Manuel Camacho y de Alberto Anaya) buceador ideológico en los tiempos de soñador de Raúl Salinas de Gortari, generó empatías con grupos radicales de la UNAM, en especial con “Conciencia y Libertad” conformado por Alejandro Echevarría, El Mosh, Aldo Reyes Rivera y David Jaramillo Velázquez, entre otros. La ramificación del grupo incluía al Sindicato de Trabajadores de la UNAM, cuyos líderes eran Raúl Rueda, Sonia Rivera y Alfredo Cedillo; activistas de la Facultad de Ciencias, Guadalupe Carrasco Licea, La Pita, Salvador Ferrer Ramírez, El Chón. y Leticia Contreras, La Jagger, entre otros. Todos ellos se reunían en el salón B-008. Otros grupos que se convirtieron en una especie de albercas ideológicas fueron: Frente de Lucha Estudiantil Julio Antonio Mella, encabezado por Gerardo González Altamirano, Rubí Yepes, Jorge Ortíz Sánchez (este grupo tuvo relaciones con las FARC a través de Marco León Calarca, quien se desempeñaba como vocero internacional del grupo terrorista); Unión de la Juventud Revolucionaria de México, encabezado por Alberto Pacheco, El Diablo, Jaime Martínez e Ariana Vázquez Hernández; Comité Estudiantil Universitario, vinculado con el PRD y encabezado por Erika Zamora Pardo. Antes de 2008 se podían observar pancartas de apoyo a las FARC junto a la biblioteca Samuel Ramos.
El presidente Zedillo aprovechó el río revuelto para realizar algunas reformas administrativas. Al día de hoy nos damos cuenta que no fueron suficientes.
Uno de los mitos que permanecen en la UNAM es una especie de virginidad. Su pulcritud como la “máxima casa de estudios” se puede someter a juicio tan sólo al analizar sus componentes estadísticos: en la actualidad existen 44 mil académicos sin embargo, 61% de ellos son de asignatura (no hacen investigación); el bachillerato se lleva al 15% del personal académico entre los CCH y la ENEP. En pocas palabras, la investigación recae en un total del 20% de su claustro de profesores.