Al parecer el nihilismo se presenta como el apetitoso sustituto de la tercera, cuarta, quinta y progresivas vías que, a su vez, sustituyeron a las viejas y ortodoxas ideologías. Si Dostoievski se aposentó en la fantasmagórica arquitectura de las torres de Manhattan horas después de las siete de la mañana de un nunca olvidable 11 de septiembre, las turbulentas profecías de Nietzsche se aposentan en la plaza Tahrir para reflejar la decadencia vital de la época post Mubarak.
Podría ser un puesto de venta ambulante instalado a las afueras de las bocas del metro Chapultepec; su ornamento es muy similar. Decenas de camisetas se colocan una junto a otra para que, en su totalidad, la imagen parezca un colorido mosaico de colores. Algunas de las camisetas muestran un rostro como si de Ernesto Guevara (el Che) se tratara; en realidad es el rostro de Abdel Fattah al-Sisi. La anécdota fotográfica revela a una de las profecías de Nietzsche: la decadencia vital del ser como si de un catering icónico se tratara. “Llévela, llévela: camisetas de Al-Sisi al dos por uno”.
Una de las pruebas que revelan las profecías de Nietzsche la presentó el periódico Le Monde en su edición de ayer: algunos intelectuales de izquierda y/o destacados periodistas han levantado pancarta a favor de los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, encabezado por Abdel Fattah al-Sisi.
Uno de los periodistas más progre es Hicham Kassem, respetado por haber perfilado su pensamiento crítico en contra del régimen de Mubarack. Al revisar la página web de la asociación World Movement for Democracy, dibujan rasgos laudatorios sobre el perfil de Kassem. Escribe en el Al-Masry Al-Youm (The Egyptian Today), considerado el único periódico independiente.
Kassem le confesó a Le Monde su apoyo al nuevo régimen impuesto al mando de Al-Sisi: “sin su intervención hubiéramos tenido como opciones un Estado fallido como el de Libia o una teocracia al estilo de Hamas. Al parecer, apunta Le Monde, desde que el ejército derrocó a Mohamed Morsi, una ola de nacionalismo militaofílico recorre las calles de El Cairo. Los medios de comunicación se han convertido en jugadores importantes del ajedrez nihilista después de que los islamistas los incluyeran en las listas negras en tiempos de Mohamed Morsi. Ahora ha sido el momento de arreglar viejas cuentas. De ahí el posible apoyo, sin rubor, a Al-Sisi por parte de intelectuales de izquierda y de periodistas progre. Para el novelista Alaa-Aswany, “los Hermanos (Musulmanes) eran peores que un régimen militar (…) Si los militares no hubieran intervenido estaríamos en una guerra civil… ¿Volver a la época de piedra? (Le Monde, 13 de agosto)”.
Waël Qandil, editorialista del periódico Al-Chorouk, toma aire para romper con lo que parece una miopía intelectual: “Ellos justifican el golpe de Estado a través del buen deseo de salvar al país del infierno de una guerra civil; sin embargo, después se desplegaron para detonar una guerra civil a través de un discurso ideológicamente racista que supera al de la época del macartismo”.
Si bien es cierto que la sucursal egipcia de los Hermanos Musulmanes se convirtió en el oxímoron semántico para la democracia, por incompatibilidad genética de las ideas democráticas con las religiosas, el salto de Al-Sisi ha complicado el mapa geoestratégico de Egipto y de la zona. Un foco que se nutre de esperanza en la rearticulación de un proceso de paz entre israelíes y palestinos.
De los hitos nihilistas del siglo XXI prevalecen las lecciones de Dostoievski en Manhattan. Esperemos que el capítulo negro de las profecías de Nietzsche en la plaza Tahrir sólo sea eso, un triste capítulo de un escrito con un final posible.
La pregunta queda en el aire… ¿y para qué los intelectuales?