Sin duda la humanidad vive una circunstancia que se ubica en el área de convergencia de dos mundos: el de las ideas y el de la realidad física.
Ideas que fluyen y se esfuman en nuestra cambiante realidad cotidiana, cuya dinámica, gracias a la tecnología, ha alcanzado la velocidad de la inmediatez.
Desarrollos tecnológicos que hoy son innovadores en cuestión de meses –quizá semanas- son casi obsoletos. Desarrollos que empezaron como ideas y acabaron como realidades ‘pasajeras’ en un círculo perenne.
Y justamente esas realidades pasajeras, llamada tecnología de punta, son los que estiran a diario nuestra capacidad de estrés hasta el punto del absurdo.
A ver… Justo esta semana concluye el periodo vacacional de verano. ¿Cuántas personas fueron capaces de desconectarse al 100% de su realidad laboral estando en viaje con la familia? ¿Cuántos pudimos dejar de revisar mensajes en cualquiera de sus formas en su teléfono… incluso en domingo?
¿Cuántas personas padecemos el síndrome del ‘Fin del Mundo’ –si no estoy conectado, pendiente de lo que acontece en la oficina, seguro habrá un desastre-?
Al final, esa paranoia es consecuencia última de las ideas que apuntaron hacia la materialización de una supercomputadora que fuera portátil y capaz de simplificar las necesidades de comunicación e interacción de la gente.
Hoy la simple idea de querer viajar unos días desconectado del mundo para desestresarnos, de entrada genera angustia y ansiedad. Una especie de paranoia.
Y es que el estar conectado con el mundo se ha convertido en una necesidad para garantizar ‘salud mental’, tranquilidad, sensación de control.
Pero ojo! Esto no es una consecuencia de los adelantos tecnológicos per se. Satanizar a los teléfonos inteligentes, tabletas, videojuegos, computadoras, Internet… es evidenciar ignorancia y negar la evolución de nuestra condición humana: la comunicación y difusión del conocimiento.
Las patologías contemporáneas de la mente, a mi juicio, tienen su origen en la falta de sentido común para usar la tecnología, en conjunto con otros factores de carácter sicológico, como complejos, frustraciones, anhelos, resentimientos… que cada de uno de nosotros tenemos.
En suma, me parece que la vorágine del desarrollo tecnológico ha traído a nuestra realidad ‘dispositivos inteligentes’ que llegaron mucho antes que las instrucciones de uso.
¿Qué pasaría si adoptásemos la costumbre de establecer métodos? Por ejemplo, definir horarios para revisar los correos electrónicos y atender los más importantes. Al llegar a la oficina, antes de ir a comer, regresando de comer y al concluir la jornada en la oficina.
Activar el mismo criterio para interactuar en redes sociales y en el tiempo dedicado a llamadas telefónicas.
Me parece que habría un poco más de cordura tanto en el uso de la tecnología, como en la efectividad en nuestra comunicación e interacción humana en el mundo real.
Evidentemente tendríamos mayor tiempo para pensar, idear, conceptualizar ideas que nos permitan ser mejores y contribuir para que nuestro en torno sea un mejor lugar para vivir.
Empieza un nuevo año escolar. Los niños tienen muchísimo más acceso a dispositivos móviles y a contenidos en línea. Me pregunto ¿cuántos padres se han ocupado en orientar a sus hijos en cuanto al uso de una tableta como puerta de acceso a contenidos que le permitirán generar conocimiento?
Seguramente muchos. Pero ¿cuántos de ellos están empezando a enseñar a los niños a tener una disciplina de uso de la tecnología. A tener método que minimice las posibilidades de contraer desde chicos esa paranoia de la modernidad?
La pregunta no es si es buena o mala la tecnología. La pregunta es qué debe ocurrir para que nuestro estilo de vida ansioso nos permita vivir y convivir sin estar agachando la cabeza –como reverencia- hacia un teléfono.
No hay nada más maravilloso que tener hijos. No hay nada más milagroso que verlos crecer jugando con ellos. Y no hay nada más miserable que dotarlos de tecnología para deshacernos de ellos en casa y poder trabajar o, peor aún, hundirnos en el puro ‘cuchicheo’ virtual de las redes sociales.