Hace algunos años pensé en donar a la biblioteca del ITAM el libro Trust (Confianza), de Francis Fukuyama. Me empujaba más el idealismo de la transcultura que la razón que se inspira en la realidad para no hacerlo. Pensé que el contenido sería rebasado por la realidad. Lo mejor era llevarlo a un museo. Ni modo. Me equivoqué porque una nueva lectura asimila lo que vemos en Egipto.
De la revolución del clavel portugués pasamos a la del terciopelo de Praga, haciendo escala en la esperanza de la democracia o, si se prefiere, iconos perfumados con racionalidad política confirmaron que la segunda parte del siglo XX se impuso a los beligerantes primeros 50 años.
El siglo XXI tenía que proyectar progreso en las revoluciones de la esperanza. Sin cables, en tiempo real, y de preferencia en 140 caracteres, nos encontramos con lo que parecía un storytelling enternecedor: en política, como en la física, la ley de la gravedad dictatorial sólo puede ser vencida por la democracia. Fukuyama reloaded.
Durante la Primavera Árabe se enviaron SOS a través de SMS: “hoy será Túnez; mañana Libia; de paso nos llevamos a Mubarak, lo único que necesitamos es banda ancha y acuerdo con la compañía de Jobs para comprar iDemocracia a bajo costo”.
Los 525 muertos y tres mil heridos que han dejado las batallas de los últimos días en Egipto revelan que la salida de Mubarak detonó el caos.
El día después egipcio se encontró con instituciones democráticas vulnerables, por no decir inexistentes, y como consecuencia, sin posibilidad de asegurar algunos gramos de laicidad, esa especie de cemento que ayuda a solidificar los cimientos de la democracia.
De la euforia por retirar a Mubarak los egipcios se encontraron con Mursi como posibilidad de cambio. A la fiesta se coló la hermandad musulmana; sus ideas religiosas resultaban meta constitucionales por donde se le analizaran. No importa. En su momento, lo único importante era borrar la era Mubarak. Brindis por una democracia.
Así brindaron los franceses cuando castigaron a Jospin a través de Le Pen. El día después lo capitalizó Chirac. Claro, la analogía puede ser una simple caricatura respecto a lo que sucede en Egipto, lo es. El doble ismo: fundamentalista y nacionalista, no es lo mismo que religioso antidemocrático. Mursi se coló a la fiesta prometiendo a Estados Unidos estabilidad en la zona. La hermandad se contuvo en política exterior pero en la interna decidió dar un vuelco al sueño. Cooptar al ejército; cooptar al Congreso; cooptar a los medios de comunicación; cooptar a intelectuales; intentar cooptar a los competidores políticos. Imposible.
Ya habíamos visto a Gaza bloqueada cuando los palestinos votaron por Hamas; décadas atrás, en 1992, también vimos en Argelia al ejército interrumpir un éxtasis “democrático” de un frente islámico. Robert Fisk plantea la siguiente pregunta: Después de hoy, ¿qué musulmán volverá a creer en las urnas? Yo daría un paso atrás al plantear el siguiente escenario: si el voto democrático a favor de una congregación meta constitucional puede tener vitalidad en el respeto a las libertades de las minorías laicas.
Laurent Fabius, ministro de Exteriores francés dijo hace algunas semanas en México que la geopolítica actual no es multipolar, bipolar o cualquiera de las acepciones clásicas de la gobernanza global; la realidad, sentenció Fabius es la existencia del cero polar. Así parece Egipto hoy. Uno de los países más importantes de África; dique regional de la zona que, paradójicamente inicia un nuevo proceso de negociación (Israel-Palestina).
No se puede llegar tarde a un conflicto que desde hace un puñado de meses se pronosticaba como real; un escenario caótico que tiende a convertirse, al paso de los segundos, en una guerra civil.